Apostar por lo que es nuestro: recuperando el vínculo histórico con la huerta

València siempre ha luchado por ser verde. Y sus habitantes han defendido con creces los espacios naturales de esta ciudad española, como el Parque Natural de l’Albufera y el Saler, poniendo en valor el atractivo natural y la biodiversidad de la zona. Una de las más positivas consecuencias es que hace unos días la ciudad ha sido designada Capital Verde Europea 2024, una iniciativa de la Comisión Europea.
L’ Horta de València es una de las más relevantes de Europa mediterránea y, junto a la pesca artesanal, constituye uno de sus signos identitarios más valiosos. Se filtra dentro de la estructura urbana de la ciudad y, en aquellas zonas donde todavía no la hay, ya se están desarrollando proyectos de integración. Hablamos sobre este tema con Alejandro Ramón, concejal de Agricultura, Alimentación Sostenible y Huerta y vicepresidente del Consejo Agrario Municipal.
—¿Qué potencial tiene l’Horta de València para inspirar a otras ciudades?
—València no tiene que inventar nada. Tenemos una huerta prácticamente milenaria, que comenzó con los romanos y luego perfeccionaron los árabes. Desde hace muchas generaciones esta ciudad invierte en mejorar la red de regadío e infraestructura y al día de hoy contamos con uno de los espacios con mayor capacidad de producción de alimentos y más fértiles de toda Europa.
A su vez, la huerta también es un espacio lúdico que atrae turismo y es un elemento cultural que nos identifica, lo más importante es que tenemos una despensa de producción de alimentos que se filtra dentro de la ciudad: alimentación saludable y sostenible, con productos frescos de kilómetro cero y de temporada.
— Los huertos urbanos en València se están multiplicando y han recibido una gran acogida. ¿Qué refleja esto?
—Por un lado, refleja un creciente interés en la agricultura y en la alimentación saludable. La ciudadanía tiene ganas de cultivar sus propios alimentos, tener la certeza de que son alimentos libres de pesticidas y sentir la satisfacción de comer lo que están cultivando ellos mismos. A su vez, refleja las ganas que tenemos de volver a estar en conexión con la producción y con la huerta. Esto ha sido lo normal durante muchas generaciones, pero durante las últimas décadas se había perdido y la gente tiene ganas de volver a ese modelo.
—¿Crees que la clave de una alimentación sostenible está en volver a nuestras raíces?
—Volver a nuestras raíces y dar protagonismo a una producción más tradicional es fundamental. Porque cuando apostamos por productos de proximidad y cocinamos las recetas que hacían nuestras abuelas y abuelos, no hacemos otra cosa que apostar por lo que es nuestro. Y lo nuestro es un producto de cercanía con una huella de carbono reducida.
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