Carolyn Steel: “Piénsalo: puedes cambiar el mundo a través de tu forma de comer”

¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la comida que llevas a tu plato? ¿Cuánto tuvo que viajar ese melón para llegar hasta ti en Navidad o si los precios bajos que vemos como oportunidades están abaratados a costa de la vida de los trabajadores que lo han producido? No es tu culpa, es el resultado de una relación debilitada (o casi nula) entre el ser humano y la naturaleza. Hablamos con Carolyne Steel, arquitecta y destacada pensadora sobre alimentación y ciudades. En su libro Ciudades hambrientas (editado en España por Captain Swing) reflexiona sobre cómo la producción moderna de alimentos ha dañado el equilibrio de la existencia humana, dando origen a muchos problemas actuales como la obesidad o la destrucción del mundo natural. Si estás dispuesto a replantearte la forma en la que comes, ¡esta entrevista te interesa!
—Usted sostiene que la alimentación moldea nuestra vida, ¿esto es algo bueno o malo?
— “Creo que ambas cosas. He inventado la palabra ՙsitopia՚, que viene de la palabra griega ՙsitos՚ (comida) y ՙtopos՚ (lugar). Porque lo que descubrí cuando escribía mi libro fue que la comida da forma a nuestras vidas en muchos sentidos de los que no somos conscientes, como a nuestras ciudades y nuestros paisajes. Cuanto más profundizas en ella, más te das cuenta de que también determina nuestra política y nuestra economía, la forma de compartir, la relación que tenemos con la naturaleza y nuestra relación con los demás. Lo determina todo. Entonces, ¿por qué tenemos una sociedad en la que esperamos que la comida sea barata?
Hemos construido la idea de que la comida barata existe, cuando no existe y no puede existir. Y estamos pagando el precio: la COVID-19 es un ejemplo de ello, porque hemos reducido la biodiversidad. El cambio climático, la extinción masiva, la contaminación, la erosión del suelo, entre otras cuestiones, tienen que ver con el hecho de que estamos tratando de vivir bajo una extraña idea de que la comida puede ser barata. Y si se dice que la comida puede ser barata, la vida puede ser barata.
Si reconocemos el verdadero valor de la comida y vivimos de acuerdo con eso, podemos convertirla en una herramienta extremadamente poderosa para resolver muchos de los problemas a los que nos enfrentamos. Pero si no la valoramos, entonces destruiremos el mundo y a nosotros mismos. Es así de sencillo.”
—Para que la valoremos, la comida debe tener su justo precio…
— “El aspecto que más valora la gente de la comida es que sea barata, quiere pagar lo menos posible. Pero ¿cómo conseguimos que la gente esté dispuesta a pagar el precio adecuado por los alimentos? Deberíamos internalizar el verdadero coste de los alimentos y dejar de externalizar el coste de producirlos. Esto hace que los alimentos cuesten bastante, porque deberían costar bastante. También está el problema de la pobreza, pero la solución no es bajar el precio de los alimentos, sino abordar ese problema de otra manera, a través de la redistribución de la riqueza, una reforma agraria, una renta básica universal, etc.
Lo bueno es que alimentar a la gente siempre ha sido el mayor empleador de la Tierra. Si valoramos a las personas que nos alimentan, como a los cocineros y los agricultores, entonces tienes el mayor generador de empleos responsables a nivel mundial que podríamos imaginar. Hay una crisis de empleo porque seguimos inventando robots para hacer lo que los humanos pueden hacer, pero la alimentación es algo en lo que necesitamos más gente trabajando. Tenemos que pasar a la agricultura regenerativa [un sistema de prácticas agrícolas cuyo objetivo es trabajar con la naturaleza en lugar de contra ella].
Necesitamos más agricultores, más gente que entienda de alimentos y sepa cocinarlos bien, para que cuando compremos alimentos, contribuyamos realmente a salvar el planeta y a crear un círculo virtuoso maravilloso”.
Foto: Erroll Jones
—Hablemos de la relación entre las ciudades y la comida hoy.
— “Es un lío. Lo primero que hay que entender es que las ciudades y la agricultura coevolucionaron. No se puede tener una ciudad sin agricultura porque el grano es el destino de las ciudades. Históricamente las primeras ciudades que se construyeron eran lo que yo llamo ՙel modelo de huevo frito de la urbanidad՚. La yema es la ciudad y la clara es el campo. Esa es la relación ideal entre la ciudad y el campo, porque la comida viene de muy cerca y es estacional. Pero, incluso en desde sus inicios, las ciudades también comerciaban.
Lo ideal es que la fruta y la verdura se cultive de forma local y estacional. Hoy, los alimentos vienen de donde es más barato producirlos y estamos viendo las consecuencias, como la destrucción del Amazonas para generar piensos que alimentarán al ganado. Como resultado, hay una relación muy poco saludable entre las ciudades y el mundo rural porque no solo hay una distancia física sino también mental. En otras palabras, la gente no sabe de dónde viene su comida porque no ve los paisajes de los que proviene.
Es una paradoja urbana. Nos consideramos urbanos. Por ejemplo, yo vivo en Londres y me considero londinense. Pero, si compro un sándwich de pollo y éste viene de Brasil, ¿dónde vivo realmente? ¿Vivo en Londres o esta parte de mí vive en Brasil?
En resumen, la relación entre las ciudades y los alimentos hoy en día está desconectada, es explotadora y forma parte del motor que está destruyendo nuestro planeta. Tenemos que abordar esto.”
—¿Cómo afecta esta distancia mental a nuestras relaciones?
— “Hay dos tipos de relaciones importantes para todo ser humano. Una es nuestra relación con el mundo natural, del que somos parte, aunque a veces lo olvidemos. La otra es la relación con nuestros pares. Por ejemplo, en una sociedad de cazadores-recolectores hay un equilibrio armónico entre ambos tipos de relación porque son muy buenos viviendo en armonía con su entorno y son muy equitativos. Por supuesto, es mucho más difícil cuando viven 10 millones de personas en un mismo lugar. Nadie ve los paisajes que los alimentan y nadie entiende las estructuras de poder que controlan cómo nos comportamos.
Hemos llegado a un punto en el que debemos volver a pensar en estos aspectos. Tenemos que reequilibrar nuestra relación con la naturaleza y con nuestros semejantes.”
—Esto es algo que la COVID-19 está dejando muy claro…
— “Por un lado la COVID-19 está poniendo de manifiesto una relación desequilibrada con la naturaleza debido a la ficción de la comida barata, pero también está sacando a luz la desigualdad social. De hecho, los más expuestos a la COVID-19 son los más desfavorecidos.
Creo que nunca habrá mejor momento que este para a abordar estas cuestiones. La comida es una forma brillante de hacerlo, porque representa nuestra relación más directa con el mundo natural. El plato de sopa que comí hoy proviene de un paisaje real y ha sido elaborado por personas que han tenido una buena o mala vida, según cómo las haya beneficiado la cadena de valor. Lo importante es saber que podemos cambiar el mundo a través de nuestra forma de comer.”
— Como explicas en tu conferencia TED, hace cientos de años, la comida era el núcleo de la ciudad y el centro de nuestra vida social. Se vendía en la calle y los animales eran traídos a pie desde el campo. La invención del ferrocarril lo cambió todo, porque la comida se trasladó a las afueras, las ciudades dejaron de estar constreñidas por los límites geográficos y pudieron expandirse de forma salvaje. ¿Podemos decir que hoy la comida sigue siendo el centro de nuestra vida social?
— “Lo raro es que sigue siendo la comida, aunque se esté fragmentando cada vez más. Con el confinamiento, las personas utilizan Internet para socializar, pero lo que ansían es reunirse con sus amigos y familiares. Y cuando lo hacen, comen juntos. Las investigaciones demuestran que si te sientas a comer con alguien, empiezas a crear hormonas de unión, como la oxitocina, que refuerzan tu sensación de pertenencia física, reforzando la camaradería y la pertenencia a la misma sociedad. Creo que esto no ha desaparecido, pero nos hemos olvidado de ello.
A finales del siglo XX nadie tenía tiempo para nada, ni siquiera para comer. No había tiempo para cocinar. No había tiempo para comprar. Imagina que una de cada cinco comidas en Estados Unidos se come en el coche. ¿Qué es lo que tenemos que hacer con tanta prisa que sea más importante que comer? Hemos creado una sociedad en la que no solo no se valora la comida, sino que no se valora el tiempo. Y esas dos cosas van juntas porque deberíamos tener tiempo para valorar las cosas, como la comida. En este sentido, el encierro ha arrojado luz sobre muchas de estas cuestiones que estaban subyacentes.”
—¿Cree que la COVID-19 ha dado visibilidad a trabajos esenciales para la transformación de nuestros sistemas alimentarios?
— “Sí, ese es otro aspecto que la pandemia ha hecho muy visible. Desde el trabajo del personal sanitario hasta la gente que trabaja en los supermercados, los conductores de autobús, las personas de los servicios municipales de recogida de basura, etc. Es decir, gente de la que realmente dependemos y por supuesto, no reciben la remuneración adecuada. Es curioso cómo tendemos a no valorar las cosas más valiosas. Todo está al revés.
Mucha gente ha empezado a comprar directamente a los productores porque no podían vender a los restaurantes y perdían su mercado. Creo que estas nuevas redes persistirán. En cierto modo, significa el reconocimiento de la importancia de los alimentos y de las personas que nos alimentan. Si podemos unir eso con el cambio climático y con la percepción de que algo va muy mal y tenemos que abordarlo urgentemente, entonces empezaremos a tener más de estas buenas intenciones que, de alguna manera, aún no están cohesionadas.”
—¿Cómo debemos aplicar lo aprendido para no tropezar con la misma piedra?
— “Hay momentos en la historia en los que las decisiones que se toman son realmente importantes y resonarán durante décadas. Si nuestros políticos no aprovechan la oportunidad ahora para volver a pensar en grande, será la mayor oportunidad perdida. En pocas palabras, necesitamos valor político y cultural para abordar la enormidad de los problemas a los que nos enfrentamos y hacerlo juntos.
Y creo que el COVID ha llegado en el momento oportuno: nos está diciendo que no podemos seguir ignorando estas cosas.”
—¿Es optimista respecto a la transformación de los sistemas alimentarios en la actualidad?
— “Sí, tengo esperanzas. Ahora tenemos una mayor capacidad de difusión y podemos hablar de la solución. Creo que esto es importante cuando intentamos que la gente pase de lo que yo llamo ՙla idea del siglo XX de una buena vida՚, que consiste en que todo sea descartable y todo lo que quieres es un bolso de lujo e irte de vacaciones cinco veces al año, a aspirar a algo realmente diferente, que en realidad sea una vida mejor.”
—¿Qué debería ocurrir para que se produzca ese clic y empecemos a valorar la comida?
— “Lo más evidente es la educación. En las escuelas, los niños están increíblemente abiertos a nuevas experiencias. He visto proyectos increíbles en todo el mundo en los que cultivan alimentos, los cocinan y les dicen a sus padres: ՙMamá, papá, mirad lo que he cocinado en la escuela՚. Eso es algo muy importante, así como proporcionar espacio para la comida en las ciudades.
He visto muchos proyectos increíbles en Amberes (Bélgica), por ejemplo, donde tienen espacios de cultivo comunitarios, pero también tienen un invernadero comercial y muchos negocios relacionados con la alimentación y el mercado de agricultores, ellos acuden allí y todo empieza a tomar forma. De esta manera, lo que estamos haciendo es impulsar lo que solía haber en la ciudad preindustrial, que era muy productiva.
La mayoría de las personas que vivían en la ciudad preindustrial estaban involucradas de alguna manera con la producción de alimentos. Mucha gente criaba cerdos y gallinas o tenía una pequeña parcela fuera de la ciudad. Si creces con padres que cultivan alimentos, estás programado para hacerlo tú también. Deberíamos normalizar el hecho de cultivar alimentos y cocinar, rediseñando las ciudades para que la gente tenga ese espacio y se aleje de las prisas. Podemos devolver la comida a la ciudad y revitalizar los centros urbanos con ella, ya sea con alimentos, espacios verdes o cocinas comunitarias o lugares donde la gente pueda volver a procesar los alimentos”.
—Después de tantos años de investigación, ¿qué significa la comida para usted?
— “Tiene que ver con el amor. Se trata de entender lo que significa ser humano. Me encanta comer. Me encanta cocinar. Me encanta cultivar alimentos. Pero creo que lo más importante para mí es que ha transformado absolutamente mi forma de pensar y de ver el mundo. Soy arquitecta, entonces ¿por qué hablo de política y economía y lo que implica tener una buena vida? Porque la comida me dio permiso para pensar cuestiones tan importantes como esas. Una vez que comprendí el poder de la comida, ya no pude ignorarlo. No puedes pensar a través de la lente de la comida y luego ignorar los problemas. Se te presentan de forma muy clara.
La comida es la mayor guía que tenemos, nos recuerda que somos parte del mundo. Nos mantiene con los pies sobre la tierra, porque si cultivas alimentos, piensas en tus semillas, en el compost, etc. permaneces atado a los ritmos del mundo y eso te mantiene cuerdo.”
—¿Tiene un mensaje para los urbanitas de hoy?
— “Sí, lo tengo. Piensa en la comida, valora la comida, dedica tiempo a la comida, cocina para tus amigos, preocúpate de quién te trae la comida. ¿Les han pagado lo suficiente? ¿Se ha tratado bien a este animal? ¿Se está destruyendo este paisaje por el hecho de que estoy comiendo esta comida? Piensa en el plato de comida que tienes delante. Proviene de un lugar real que nunca verás. Ha sido elaborado por personas que nunca conocerás. Incluso puede ser un animal que fue tratado bien o mal. Y es tu responsabilidad. Puedes cambiar el mundo a través de tu forma de comer.”
Foto principal: Miriam Escofet