Corinna Hawkes: ciudades y alimentación

Si queremos conseguir cambios verdaderos, necesitamos transformar los sistemas alimentarios a nivel global. Conversamos con Corinna Hawkes sobre los desafíos que asumen las grandes ciudades, la relación entre el mundo urbano y el rural, y la importancia de la responsabilidad individual en la transformación de nuestros sistemas alimentarios. Como profesora de Política Alimentaria en la Universidad de la City de Londres, trabaja intensamente junto a su equipo para encontrar alternativas que refuercen las políticas alimentarias y para que éstas mejoren los resultados a nivel nutricional y medioambiental, la calidad de vida de las personas y los aspectos económicos de los alimentos.
Pregunta: Cuando hablamos de la formulación de un sistema alimentario saludable y sostenible, ¿a qué nos referimos exactamente? ¿Cuáles son las características de ese modelo “ideal”?
Respuesta: El sistema alimentario “ideal” tiene unas características específicas. Aquello que define a ese “sistema alimentario saludable y sostenible” son sus resultados positivos en cuanto a la nutrición, la salud, la sostenibilidad ambiental, los medios de vida, el desarrollo económico equitativo y la cohesión social.
P: ¿Cómo repercute el crecimiento de las grandes ciudades en la alimentación de las personas que la pueblan?
R: Vivir en una ciudad se asocia de alguna manera con una mejor nutrición: el retraso en el crecimiento y la emaciación (peso inferior al que corresponde a la estatura) es típicamente menor en las ciudades. Los niños de 6 a 23 meses de edad que crecen en zonas urbanas tienden a comer con mayor frecuencia, a alimentarse de manera más variada y a alcanzar una dieta mínima aceptable.
Sin embargo, estos bebés tienen menos probabilidades de ser amamantados y mayores probabilidades de sufrir sobrepeso y obesidad, lo que afecta negativamente la nutrición. Los habitantes de las ciudades están más expuestos a entornos que estimulan la obesidad. Además, en el caso de las mujeres, el trabajo dificulta la lactancia materna. Al mismo tiempo, también puede haber un mayor acceso a alimentos nutritivos. Así que es un poco y un poco.
P: A su manera de ver, ¿cómo es la relación entre el mundo urbano y el rural? ¿Cómo debería ser?
R: Lo urbano y lo rural no están separados: están conectados. Los alimentos fluyen en gran medida del ámbito rural al urbano, pero el dinero regresa. Ambos sectores confluyen. Los alimentos pueden producirse tanto en las zonas urbanas como en las rurales; la población rural tiene las mismas necesidades alimenticias que la urbana. A simple vista, pueden parecer diferentes, pero las zonas rurales y las urbanas forman parte del mismo sistema alimentario y económico. Tanto la población rural como la urbana merecen alimentarse bien; ese debería ser nuestro punto de partida. La clave está en descubrir cómo la relación urbano-rural puede apoyar eso en lugar de idealizar una relación específica.
P: Muchos especialistas coinciden en que mejorar esa relación es fundamental. ¿Por qué sería importante hacerlo y qué prácticas concretas podrían ayudar a fortalecerla?
R: La relación urbano-rural debe estar diseñada para asegurar que las personas estén bien alimentadas. Por ejemplo, ello podría entrañar una mejor infraestructura que permita a los productores rurales acceder y establecer mercados de las ciudades.
Por otra parte, teniendo en cuenta que la desnutrición tiende a ser más alta en las zonas rurales, también debería implicar que la población rural, especialmente las mujeres, tengan asegurado un mayor protagonismo en la cadena de suministro para garantizar que se les compense adecuadamente por su trabajo. Lo más importante es desarrollar una relación que mejore los resultados que tanto nos preocupan.
P: ¿Cuáles son los desafíos a los que nos enfrentamos a la hora de reformular los sistemas alimentarios? ¿Cuál es el reto más grande que asumen las ciudades?
R: Los desafíos son enormes. El hecho de reformular los sistemas alimentarios para que logren mejores resultados implica cuestionar la forma en que se hacen las cosas actualmente y el poder del sistema. El mayor desafío para las ciudades es la desigualdad: en ellas reside un gran número de personas muy ricas y, al mismo tiempo, un número mucho mayor que sufre explotación y pobreza.
Hay mucho trabajo por hacer en cuanto a los sistemas alimentarios y por fuera de ellos para abordar el problema de la desigualdad urbana. Por ejemplo, abordar la distribución desigual de la riqueza entre quienes controlan y gestionan los sistemas alimentarios y quienes trabajan para ellos a cambio de una miseria. Estas desigualdades existen dentro de las ciudades y entre las zonas urbanas y rurales.
P: ¿Qué ciudades considera referentes en términos de sistemas alimentarios y por qué? ¿Alguna de ellas ha implementado alguna acción que admira en particular?
R: Es emocionante ver las diferentes iniciativas que las ciudades están tomando alrededor del mundo. Hay muchos ejemplos, como los que muestra el Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán y otras iniciativas urbanas. Siempre me impresiona lo que leo y me encanta reunirme con funcionarios del gobierno y otras personas que comparten sus historias sobre lo que están impulsando. En particular, me sorprende la iniciativa de Belo Horizonte, Brasil, y la rapidez con la que la puso en marcha, pero es difícil decir qué ciudades han establecido el “punto de referencia”. Creo que lo más importante es que todas las ciudades, independientemente del punto en el que se encuentren, aprendan unas de otras, inspirándose mutuamente para tomar medidas eficaces y avanzar en el camino del cambio, reflexionando sobre la marcha, aprendiendo con la práctica unos de otros.
P: ¿Qué tan preparado cree que está el mundo para asumir los grandes retos que supone un sistema alimentario sostenible para todos?
R: No estaremos preparados para enfrentar realmente este desafío hasta tener un liderazgo más audaz y valiente que esté comprometido con el cambio. Recientemente escribí sobre esto en un artículo de blog “¿Qué tipo de liderazgo necesita un mundo bien alimentado?”.
Este liderazgo debe aprender de lo que ya existe: de las competencias, la adaptabilidad, la resiliencia, la colaboración y el ingenio que muestran las mujeres a la hora de alimentar a sus familias y como fuerza de trabajo en el sistema alimentario. Todos tenemos que asumir la responsabilidad de identificar estas prácticas, habilidades y competencias, alimentándolas donde las veamos, como en nuestros propios lugares de trabajo, y esforzarnos por elevarlas hasta que alcancen los espacios donde se toman las decisiones que definen los sistemas alimentarios.
P: La elección de alimentos ecológicos ¿podría ayudar a mejorar los sistemas alimentarios?
R: Cualquier sistema de producción es mejor que uno que destruye imprudentemente los suelos, la biodiversidad, el agua, el aire, etc. La alternativa orgánica es una de ellas. Hay muchos intermedios; el punto es asegurar que los sistemas de producción ofrezcan mejoras constantes en cuanto al impacto ambiental. Es un proceso.
P: Una dieta pobre en nutrientes afecta severamente la salud de las personas, ¿cómo repercute en la contaminación ambiental y la pérdida de biodiversidad?
R: Los estudios científicos han comprobado que la producción de carne roja emite gases de efecto invernadero, por lo que una dieta alta en carne roja es mala para la salud y para el planeta. Por supuesto que un consumo bajo y moderado de carne (que es la proporción que beneficia al cuerpo humano) es adecuado, y para muchos niños muy pobres que viven en países en desarrollo la carne es una importante fuente de vitaminas y minerales. Además, no hay que dejar de lado el hecho de que los demás tipos de alimentos también emiten gases de efecto invernadero, como lo muestra Sarah Bridle en su libro más reciente: Food and Climate Change (Alimentación y cambio climático).
A su vez, hay muchas diferencias entre un mismo producto que se elabora a través de distintos medios. En lo que respecta a la contaminación y la biodiversidad, todo aquello que provenga de la agricultura, la horticultura, la ganadería y la pesca inevitablemente conllevan un impacto ambiental. Se trata de adoptar un tipo de producción de alimentos que sea regenerativo y no explotador.
P: En la búsqueda de un sistema alimentario más sostenible para todos sabemos que la responsabilidad individual es un aspecto fundamental. ¿Cuál cree que son los hábitos que toda persona debería adoptar para contribuir a este objetivo?
R: El hábito más importante sería exigir explicaciones a aquellas personas que participan en la toma de decisiones y son responsables de ese cambio. Todos deberíamos adoptar un rol activo.