Crónicas del sector alimentario: la proeza de Keti (porque la bondad se contagia)

En momentos difíciles como los que está atravesando la humanidad, también afloran innumerables actos solidarios y bondadosos. Y aunque a veces lo olvidemos, detrás de cada alimento que consumimos a diario, hay alguien que plantó, cosechó y que dedicó su tiempo para que ese alimento llegue hasta ti. Incluso en plena pandemia por COVID-19.
Para Keti Tomeishvili, una pequeña agricultora del país euroasiático de Georgia, la crisis sanitaria llegó en medio de tormentas de nieve, avalanchas y problemas económicos. Contra todo pronóstico, consiguió salir adelante y ayudar a otras mujeres que se encontraban en una situación más vulnerable que la suya.
Cuando comenzó a cultivar pepinos en invernaderos a nivel local, allá por 2017, Keti tenía claro que debía invertir en mejorar su negocio, desde en el riego por goteo hasta en semillas de buena calidad y una mejor gestión de las plagas. Dos años después realizó un viaje de estudios a Ucrania y los Países Bajos, organizado por la FAO en cooperación con el Organismo de Fomento Empresarial de los Países Bajos. La experiencia le sirvió para hacerse de las últimas tendencias y tecnologías en la producción en invernadero. También para conocer a Goderdzi Shavgulidze, un exportador de hierbas culinarias muy conocido en la región.
Diversificar para ganar resiliencia
Como director de la Cooperativa de hierbas Kvitiri de Georgia, Goderdzi fue clave a la hora de ayudar a Keti a diversificar su negocio. Así, destinó parte de su cultivo al cilantro, lo que le ayudó a abrirse a nuevos mercados y a adaptarse a las perturbaciones económicas de la pandemia. Esta jugada fue clave a la hora de ganar fortaleza para ayudar a otras mujeres.
La diversificación del cultivo fue un éxito: Keti logró producir tres toneladas de cilantro y exportarlas a Rusia, a pesar de los desafíos: una compleja logística, una avalancha que bloqueó la frontera durante una semana y las restricciones ocasionadas por la COVID-19. Así todo, con lo que ganaba podía solventar su negocio, pero no podía aumentar el salario de sus empleadas, sumamente necesario para adaptarse a las variaciones en los precios.
¿La solución? Para compensar a sus empleadas, Keti les donó uno de sus cinco invernaderos para que pudieran cultivar los pepinos. Luego, ella se encargaría de venderlos. “Estas mujeres y sus familias han pasado por malos momentos” señaló Keti, “Debemos ayudarnos entre nosotras. La bondad se contagia”.
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