El enorme potencial de las comunidades: la Vivera Orgánica en Argentina

“¿Por qué no plantar nuestras propias verduras orgánicas? Yo puedo conseguir semillas”, dijo una vecina. Les cedieron un espacio y plantaron sus primeras verduras. Se tuvieron que ir de allí. Volvieron a empezar de cero. Para un grupo de mujeres en Rodrigo Bueno, un barrio de la provincia de Buenos Aires, Argentina, comenzar a cultivar sus propios alimentos no fue tarea fácil, pero la espera valió la pena.
Tiempo después, en un taller organizado por el Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC), las vecinas del barrio se enteraron de que dentro del Proyecto de Urbanización del Municipio estaba la idea de instalar un vivero. Se ofrecieron como voluntarias, el IVC les proporcionó un terreno y las puso en contacto con la Asociación Civil Germinar y “Un árbol para mi vereda”, que encabeza proyectos en diferentes ámbitos de la ciudad y los articula con la Agencia de Protección Ambiental. Serían ellos quienes las capacitarían para asumir el desafío. Y sin más preámbulos, en 2017, nació la Vivera Orgánica del Barrio Rodrigo Bueno.
El primer objetivo es obtener alimento
orgánico, fresco, de proximidad y de temporada para las catorce familias que participan. El excedente lo venden en forma de bolsones muy económicos, además de ofrecer mensualmente donaciones al IVC, que se encarga de distribuirlos a familias con deficiencias alimentarias. “Saber que les estamos haciendo llegar una bolsa de alimento saludable y fresco nos llena el alma”, explica Elizabeth Cuenca, encargada de la Vivera Orgánica.
En una entrevista con el equipo de comunicación del CEMAS, Elizabeth señala que a las catorce mujeres que trabajan voluntariamente en la Vivera Orgánica las une el amor por la salud: «A través del amor, cuidas de tu salud y de la de los demás. Eso es lo que nos mantiene unidas y lo que se llevan nuestros clientes. En este barrio no es fácil conseguir trabajo, pero este grupo de mujeres que formamos dijo “nosotras podemos con esto”. La Vivera Orgánica nos abrió un camino».
Un círculo virtuoso donde la naturaleza es protagonista
El tratamiento del suelo es 100 por cierto natural: no utilizan ningún fertilizante químico, solo nutren la tierra con el compost que allí mismo producen y un sistema de riego con agua de lluvia suficiente para abastecer a toda la siembra. Para Elizabeth, tocar la tierra es una experiencia mágica, una oportunidad para conectar con la naturaleza y perder el control del tiempo.
Y en cada verdura y hortaliza que el suelo les retribuye se refleja la pasión por lo que hacen: “nos gratifica escuchar la devolución de las personas que consumen nuestro bolsón o que visitan la Vivera”. Antes de la COVID-19, dictaban talleres y realizaban acciones conjuntas con las escuelas y jardines infantiles, como la donación de semillas. Están ansiosas por retomar esas actividades.
Una práctica con propósito
Según Elizabeth, una huerta ayuda a concienciar sobre el cuidado de la salud y nos muestra de dónde vienen los productos que consumimos. “Nuestra gran protagonista es la planta de la mostaza. ¿Has masticado una de sus hojas alguna vez? Las personas que nos visitan se sorprenden cuando les decimos que el aderezo que consumimos tan habitualmente proviene de ella”.
Hace unos meses, pusieron a disposición un kit de plantones para aquellas personas que quieran cultivar sus propios alimentos orgánicos en casa. El kit superó sus expectativas en ventas: “Se está dando esa conciencia que tanto necesitamos”, dice emocionada Elizabeth. Nos cuenta que casi siempre siguen en contacto con sus familias orgánicas (así las llaman) para ayudarlas a resolver sus dudas sobre cómo cuidar su propia huerta. En el kit, además de hortalizas y aromáticas, incluyen una planta nativa para ayudar a recuperar la flora y fauna local que se perdió por el avance de la urbanización y para que más personas se familiaricen con estas variedades.
Hasta ahora, en los 300 metros cuadrados que comprenden el sector de la huerta y el vivero también cuentan con 21 variedades de plantas nativas, aunque esperan aumentarlas a 42, con el apoyo del Ministerio de Desarrollo y Hábitat. Además del aporte a la biodiversidad y de ser sumamente necesarias para la restauración ambiental, las plantas nativas son una oportunidad comercial, ya que árboles como el ceibo, ombú, algarrobo y tala son difíciles de conseguir en los viveros convencionales.
“Lo que haríamos con un terreno más grande…”, lanza Elizabeth con su mirada perdida en el aire.