El mercado global de la alimentación: un modelo en revisión

El meteorólogo y matemático Edward Lorenz decía que pequeñísimas variaciones que a simple vista pueden parecer inocuas, con el tiempo pueden llegar a generar enormes cambios. Lo llamó efecto mariposa. Esta metáfora ilustra la gravedad que supone la interdependencia extrema que existe hoy entre espacios económicos, gracias a la cual, una decisión aparentemente sencilla o una coyuntura en determinado punto recóndito del planeta es suficiente para dar comienzo a un efecto que afectará a millones de personas en muchos otros puntos del mundo.
Esa pequeña variación puede ser una ráfaga de vientos huracanados capaces de hacer encallar una embarcación; puede ser una mala cosecha en un punto concreto de África o el inicio de una guerra incierta en un extremo de la vieja Europa. Sí, tan vulnerables son nuestras cadenas de suministros, que bastaron seis días con el Canal de Suez impracticable para arrasar con la estabilidad de los precios y la disponibilidad de productos. Tan vulnerables, que la invasión de Ucrania ha interrumpido el comercio de cereales y oleaginosas y ha puesto en jaque a la seguridad alimentaria mundial.
La interdependencia de nuestros sistemas alimentarios
La globalización, ese fenómeno que comenzó a vivir la economía internacional después de la caída del muro de Berlín, ha hecho que la interdependencia haya crecido de forma extraordinaria a escala planetaria. En la industria, la minería o la alimentación. Y aunque es cierto que había voces que exigían soberanía alimentaria para todos, hoy descubrimos casi de golpe que nuestros sistemas alimentarios son muy frágiles. Comprobamos que cualquier pequeño incidente, por muy distante que esté, puede verse reflejado en el precio de nuestra cesta de la compra y en lo que contiene nuestro plato de comida.
Y es que, cuando un sistema está compuesto por cientos de actividades interconectadas e implica a diversos actores la vulnerabilidad crece. Porque cuando hablamos de las cadenas de suministro de alimentos, no solo hablamos de agricultores, elaboradores y distribuidores de alimento, sino también de servicios logísticos, aduaneros o de transporte.
Igual que sucede en cualquier otro sector, la eficiencia de la cadena de suministro de alimentos depende del desempeño general de sus actores. Y al estar todos interconectados, las decisiones de un grupo tienen repercusiones para los restantes. Esto significa que una perturbación en cualquier segmento de la cadena de suministro rara vez se queda en ese segmento y es muy probable que se extienda y afecte a otros segmentos en las fases anteriores y posteriores.
Covid-19: el comercio mundial de alimentos en jaque
Durante los momentos más duros de la pandemia por COVID-19, la circulación de alimentos se vio especialmente afectada por las medidas de confinamiento en todo el planeta. En primera instancia hubo una clara disminución en la demanda de algunos productos y el incremento de demanda y de precios de otros. En último término la situación desembocó en una mayor inseguridad alimentaria y la vulnerabilidad extrema de quienes exportaban sus cultivos a países lejanos, especialmente los productores de frutas, verduras y otros alimentos perecederos.
A pesar de la relajación general, a día de hoy continúan surgiendo nuevas alteraciones por la pandemia. China, por ejemplo, está tomando medidas muy restrictivas que han supuesto la parálisis del puerto de Shanghái y una enorme repercusión en el transporte terrestre. ¿Consecuencias? Menor disponibilidad de productos, aumento en los precios y enormes cifras de pérdida de alimentos. Lejos de allí, especialmente en África, la COVID se sumó a los conflictos políticos, la crisis económica y la crisis climática en un cóctel letal. Según la FAO, Etiopía, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen se han convertido ya en “puntos calientes del hambre”. Esta nueva etiqueta designa a los países donde es probable que parte de la población se enfrente a un importante deterioro de la inseguridad alimentaria en los próximos meses, poniendo en peligro sus vidas y medios de subsistencia.
Todos estos datos nos llevan a concluir que, mientras no construyamos sistemas alimentarios mundiales más sostenibles y resilientes, estaremos en manos del azar. Porque la COVID no será la última amenaza.
La guerra en Ucrania: la amenaza que no cesa
El conflicto entre Ucrania y Rusia aparece en el mapa como una nueva amenaza para la seguridad alimentaria a nivel mundial. Estos dos países son los principales exportadores mundiales de cebada, trigo y maíz, y representan más de un tercio de las exportaciones mundiales de cereales. Con la guerra, las exportaciones han cesado. El cereal está atrapado o no va a llegar a producirse.
Eso significa que a Kenia no va a llegar alimento suficiente porque, a la preocupante sequía de sus campos, se suma que el país depende en gran medida de la importación de trigo procedente de Rusia y Ucrania. También países como Armenia, Mongolia, Kazajistán y Eritrea, que solían importar casi todo su trigo de los dos países en guerra, deben encontrar nuevas fuentes de cereales.
Todo ellos, en esa búsqueda, se van a ver obligados a competir con países cuya capacidad de compra es mucho mayor, como Turquía, Egipto, Bangladesh e Irán. O China, que también va a acudir a los mercados mundiales para comprar cereal porque las inundaciones del año pasado afectaron sus cosechas. Y la ola expansiva sigue.
Otro problema ocasionado por la guerra está en los fertilizantes, pues Rusia y Bielorrusia eran hasta ahora los países que abastecían a grandes territorios. Ante la escasez, algunos países con altas tasas de inseguridad alimentaria como México y Brasil buscan nuevos proveedores. Pero esto implica pagar precios más altos o fertilizar menos y obtener menores rendimientos. En cualquier caso, el resultado es similar: subidas de precio en los alimentos producidos.
La meta de la autosuficiencia alimentaria
Transportes, sequías o guerras están en el origen aparente del problema. Pero el conjunto nos exige una reflexión: ¿es sensato que la alimentación de comunidades enteras dependa de lo que ocurre en la otra punta del mundo?, ¿cómo podemos reducir el riesgo?, ¿cómo evitar las tensiones en la cadena de suministro de alimentos? La conclusión parece clara a expertos o a simples observadores: necesitamos acortar estas cadenas e instalar sistemas dotados de resiliencia.
Según FAO, para alcanzar esos sistemas resilientes deberemos trabajar en dos ámbitos: buscar las fórmulas reducir los márgenes de dependencia del exterior y apostar por la agricultura familiar. Solo de ese modo estaremos más cerca de plantear un sistema alimentario capaz de hacer frente a las perturbaciones.
Lo más interesante de todo esto es que, además de preservar la seguridad alimentaria, un sistema resiliente también será capaz de salvaguardar los medios de vida de todos los actores de las cadenas de suministro y podrá garantizar el acceso a alimentos nutritivos, inocuos y sostenibles.
Hace años que la organización internacional está exponiendo la cuestión y busca el modo de promover el debate social sobre este tema. Parece que solo ahora la ciudadanía se da cuenta de que no es buena idea depender de alimentos que se producen a miles de kilómetros y que, ante una restricción de movimiento, dejan de llegar al supermercado, suben de precio o, como ahora, dejan de producirse.
Para saber más:
- Las repercusiones de la guerra en Ucrania en la seguridad alimentaria mundial. FAO.
- Los efectos de la COVID-19 en la seguridad alimentaria y la nutrición. Comité de Seguridad Alimentaria Mundial.