Entrevista con Edward Rubin: «Lo que vemos hoy es una pequeña muestra de lo que puede venir en la próxima década y más allá»

A menos de diez años de la fecha límite para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, aún estamos lejos de disponer de sistemas alimentarios que se encuentren en completa armonía con las necesidades ecológicas. Hablamos de este tema con Edward Rubin, ganador del Premio Nobel de la Paz en 2007 por su trabajo en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y actual profesor emérito de la Cátedra de Ingeniería y Ciencias Ambientales de la Universidad Carnegie Mellon.
—La naturaleza está expresándose. ¿Estamos escuchándola?
—«Algunas personas prestan mucha atención y otras no tanto. La comunidad científica escucha y comprende muy bien el tema. Creo que el público en general es cada vez más consciente del problema del cambio climático. En las encuestas se muestra que la población entiende que ya está aquí y que se debe actuar al respecto. La pregunta clave es ¿cómo se debería proceder exactamente? ¿Qué estamos dispuestos a hacer ahora?
Lamentablemente, la situación actual se caracteriza por la debilidad de las acciones y los retrasos. A pesar de muchas palabras y promesas alentadoras, la mayoría de los países no está cumpliendo ni siquiera los modestos compromisos asumidos en el acuerdo internacional para limitar el calentamiento global. Con algunas notables excepciones, el retraso como nueva negación es quizá la forma más adecuada de describir el actual entorno político en muchos países».
—El cambio climático está afectando gravemente a los sistemas agroalimentarios y viceversa.
—«El efecto del clima en la agricultura está muy claro. Todos los cultivos necesitan las cantidades adecuadas de luz solar, de humedad y de temperatura. Si hace demasiado calor o demasiado frío, no crecerán. El clima provoca efectos similares en la producción de carne y de pescado. Pero lo que es menos evidente es el efecto del sistema alimentario en el clima. La agricultura, por ejemplo, no se limita a cultivar. Asimismo, tienen que cosecharse, envasarse y transportarse los alimentos a la población. Y al final de ese proceso, desperdiciamos mucha comida.
Si se considera el sistema alimentario en su conjunto, todo lo que hacemos, directa o indirectamente, genera emisiones de gases de efecto invernadero. Quizá el ejemplo más obvio es el transporte relacionado con los alimentos. Utilizamos camiones para distribuir los alimentos de las granjas a los almacenes y de estos a las tiendas. A continuación, tenemos un transporte adicional cada vez que vamos al supermercado o a un restaurante. Todo ello libera gases de efecto invernadero procedentes de los combustibles quemados durante el transporte.
En la etapa inicial del sistema, la producción de cultivos, carne, pescado, bebidas y otros alimentos implica un procesamiento y un envasado que dan lugar a emisiones adicionales de gases de efecto invernadero. Otra fuente de emisiones menos evidente es la energía que utilizamos para almacenar los alimentos y mantenerlos frescos. Los congeladores y los frigoríficos consumen grandes cantidades de energía si se tiene en cuenta el panorama general. Hoy en día, la mayor parte de esa energía procede de la quema de combustibles fósiles».
—Es evidente que el impacto global es enorme.
—«Me sorprendió la primera vez que examiné el sistema alimentario urbano para ver la magnitud del impacto global. Con una clase de estudiantes de Carnegie Mellon, analizamos la huella de carbono del sistema alimentario de Pittsburgh. Descubrimos que aportaba casi el 30 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de la región. En los estudios publicados de otras regiones se encontraron resultados similares».
—Si no ponemos freno a la crisis climática, ¿qué acabaremos sirviendo en nuestros platos?
—«El efecto del cambio climático en los sistemas alimentarios dependerá en gran medida del bienestar económico de un país, región o familia. Las personas que se encuentran en la parte inferior de la escala económica son más vulnerables a los impactos del cambio climático. Si se observa la historia de la civilización humana, se ve que comunidades enteras desaparecieron a menudo cuando los impactos climáticos, como las inundaciones y las sequías, unidos a las malas prácticas de uso de la tierra, les dejaron sin una fuente fiable de alimentos.
Hoy en día observamos que en algunas partes del mundo ocurren cosas similares. De cara al futuro, lo que vemos en la actualidad es una pequeña muestra de lo que puede venir en la próxima década y más allá.
El IPCC ha evaluado la vulnerabilidad de las diferentes regiones del mundo a los impactos del cambio climático, incluso en la agricultura. Hasta los países ricos son vulnerables. En los estudios llevados a cabo en Europa, por ejemplo, se estima una reducción de hasta el 25 % en el rendimiento de los principales cultivos en España en un escenario «sin cambios», junto con pérdidas de producción inesperadas por fenómenos meteorológicos extremos. ¿Es un problema de seguridad alimentaria? Creo que sí».
—Está claro que deberíamos modificar nuestros sistemas alimentarios para que sean más resistentes y eficientes. ¿Cómo podemos conseguirlo?
—«Hace tiempo que sabemos lo que tenemos que hacer para reducir el impacto del cambio climático en el sistema alimentario. En algunos casos, significa desarrollar variedades de cultivos más resistentes o cambiar la combinación de estos en una región concreta. En otros casos, la resiliencia proviene de un aprovechamiento más eficaz de recursos escasos como el agua. Por ejemplo, para reducir el uso del agua para riego, los productores de vino de California han estado empleando sensores para medir el contenido de la humedad del suelo en grandes fincas con el fin de identificar las zonas secas y regar solo cuando y donde sea necesario. Este es un ejemplo de cómo se utiliza la tecnología avanzada para mejorar la eficiencia y la resiliencia.
La necesidad conexa es reducir la huella de carbono del sistema alimentario para ayudar a prevenir niveles peligrosos de cambio climático. Esto requiere que haya cero emisiones netas en todo el mundo a mediados de siglo, no muy lejos de la actualidad. Eso significa que todo el CO2 que se introduce en el aire debe compensarse con otras medidas que lo devuelvan al exterior, como la plantación de árboles, la mejora de los procesos agrícolas y otras técnicas. Esto no implica necesariamente que tengamos que cambiar de forma radical el sistema alimentario. Pero quiere decir que tenemos que encontrar formas de reducir las actividades de producción, consumo y residuos que más contribuyen a la huella de carbono.
Para que este esfuerzo tenga éxito, será esencial el respaldo institucional del sector privado y la responsabilidad de los consumidores individuales. Aquí es donde también se necesitan programas y políticas gubernamentales para acelerar dicho proceso, incluido el apoyo a la educación y a la innovación».
—El gobierno español ha aprobado recientemente una ley para luchar contra la pérdida y el desperdicio de alimentos. La participación del sector público es importante. ¿Y la responsabilidad de los consumidores individuales?
—«Este tipo de iniciativa es un gran ejemplo de lo que necesitamos en este momento. Si se observan las cifras, el sistema de producción de alimentos es la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, cuanto menos consumamos, menor será el problema. La producción de carne es, con mucho, la fuente de emisiones más intensiva en carbono, por lo que modificar nuestra dieta para reducir el consumo de carne es el punto de partida. El segundo ámbito más importante es el de los residuos, que es el objetivo de la nueva ley española. En Estados Unidos, por ejemplo, aproximadamente un tercio de los alimentos acaba en la basura. Esto se ve todos los días en los restaurantes, en las tiendas y en casa. Dichos residuos requieren un transporte adicional hasta un lugar de eliminación, como un vertedero, donde se producen aún más gases de efecto invernadero a medida que los residuos se descomponen. Así, cada tonelada de residuos que podemos eliminar reduce las emisiones en todo el sistema alimentario. Está claro que los consumidores individuales tienen un papel y una responsabilidad importantes en este sentido.
La reducción de la energía necesaria para el almacenamiento y el transporte de los alimentos también exige un examen cuidadoso de las fuentes de suministro de alimentos. En Pittsburgh, por ejemplo, descubrimos que gran parte de los alimentos que se consumen provienen de lugares que se encuentran a miles de kilómetros».
—De ahí la importancia de consumir alimentos locales.
—«Los beneficios son que se reducen las necesidades de transporte, se apoya la economía local y se tiene una mejor idea de la calidad de los alimentos. Los pequeños productores locales de alimentos también pueden disponer de la ventaja de hacer cosas que las organizaciones más grandes no están interesadas en llevar a cabo, o no están dispuestas a hacer, para maximizar la eficiencia y minimizar los residuos».
—¿Hay algún mensaje que le gustaría difundir?
—«Ya hemos hablado de las cosas que podemos y debemos hacer como individuos para reducir nuestra huella de carbono y el impacto climático. Pero, para mí, lo más importante que podemos hacer en los países democráticos es elegir a personas en el gobierno que apoyen las acciones contra el cambio climático y que trabajen por estas. Infórmense sobre los candidatos políticos y sus opiniones acerca del cambio climático. Elijan a las personas que apoyan la acción climática y despidan a las que no lo hacen. Ese sería mi mensaje».