Entrevista a Roman Krznaric: «La humanidad ha colonizado al futuro, como si se tratase de un lejano puesto colonial sin personas»

¿Cómo podemos pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista? Hablamos con Roman Krznaric, destacado filósofo y autor del libro «El buen antepasado» (disponible en español por Capitán Swing) sobre los retos a los que se enfrenta nuestro planeta y la necesidad de un cambio de mentalidad que tenga en cuenta a las generaciones futuras.
– ¿Qué significa ser un buen antepasado?
En los años setenta, el gran inmunólogo Jonas Salk, que desarrolló la primera vacuna contra la polio, planteó la pregunta: «¿Estamos siendo buenos antepasados?» Quería que pensáramos en cómo nos juzgarán las generaciones futuras por nuestras acciones destructivas, como el daño que estamos haciendo al medio ambiente del que depende toda la vida. Creo que la pregunta de Salk sigue siendo crucial hoy en día.
Nunca en la historia nuestras acciones han tenido consecuencias tan potencialmente dañinas para las generaciones futuras, desde los impactos del cambio climático hasta los riesgos de la inteligencia artificial. Ser un buen antepasado es reconocer que necesitamos ampliar nuestros horizontes temporales, y no sólo pensar a escala de segundos, minutos y horas, sino a escala de décadas, siglos e incluso milenios. Se trata de escapar del cortoplacismo patológico de la cultura actual y adoptar una visión a largo plazo.
Los obreros que empezaron a construir la Catedral de Valencia en el siglo XIII tenían este tipo de visión a largo plazo. Probablemente sabían que no se terminaría en su vida, pero siguieron dedicados a su tarea. Hoy necesitamos este tipo de «pensamiento catedralicio». Aunque probablemente ya tenemos suficientes catedrales y deberíamos construir las «catedrales ecológicas» del futuro.
– Si seguimos por este camino, ¿cómo cree que nos recordarán las generaciones futuras?
Sin duda nos recordarán como criminales del carbono. Tengo gemelos de 14 años y ya me están juzgando. Me preguntan: «¿Cómo pudisteis coger tantos aviones a finales de los 90, cuando el mundo ya conocía la crisis climática y la Cumbre de la Tierra de Río se había celebrado en 1992?” Intento explicarles que el mensaje tardó en calar, pero a mis hijos no les parece una buena excusa.
Tienen razón al juzgarnos porque el camino que seguimos actualmente es el mismo que el del Imperio Romano: hacia el colapso de la civilización. Sabemos que, si seguimos como hasta ahora, nos dirigimos hacia unos 3-4 grados de calentamiento y 1-2 metros de aumento del nivel del mar, y puede que incluso más. Nos hemos salido de la era estable del Holoceno y nos hemos convertido en los creadores del clima. La tragedia es que no podemos decir «no lo sabíamos». Lo sabemos. Eso nos hace responsables.
– Con una crisis ecológica y unas cifras de hambre en continuo aumento, ¿por qué cree que seguimos sin pensar a largo plazo?
Hay muchas razones por las que seguimos atrapados en el cortoplacismo, lo que en mi reciente libro El buen antepasado (publicado por Capitán Swing) llamo «la tiranía del ahora». Estas razones van desde la «economía de la atención» del mundo digital, que nos mantiene deslizando el dedo y comprobando las notificaciones de nuestros teléfonos, hasta el cortoplacismo del capitalismo especulativo y los sistemas políticos que funcionan con ciclos a corto plazo, en los que los políticos apenas pueden ver más allá de las próximas elecciones, o incluso del último tuit. Así que cambiar hacia una civilización a largo plazo significa cuestionar los fundamentos de nuestros sistemas económicos y políticos.
Tenemos que cambiar, por ejemplo, hacia modelos económicos posteriores al crecimiento, como la «economía del donut» o el modelo de la economía del bienestar. Es bueno ver que ciudades como Barcelona adoptan el modelo de la economía del donut, por ejemplo, que consiste en dejar atrás la vieja ambición de crecimiento constante del PIB y sustituirla por un modelo de prosperidad en equilibrio, en el que pretendemos satisfacer las necesidades básicas de las personas sin llevar a nuestras sociedades más allá de los límites ecológicos.
– ¿Qué implica exactamente pensar a largo plazo en términos de alimentación? ¿Qué debemos mejorar?
Estoy convencido de que un punto de partida inteligente para pensar a largo plazo en el abastecimiento de necesidades básicas como la comida y el agua tiene que empezar por los fundamentos de la economía ecológica. Herman Daly, uno de sus padres fundadores, sostenía que una economía sostenible a largo plazo es aquella que no utiliza más recursos de los que regenera de forma natural y no genera más residuos de los que puede absorber de forma natural. Esta es la base para crear el tipo de economías regenerativas que necesitamos urgentemente.
Por supuesto, actualmente estamos haciendo lo contrario: utilizando alrededor de dos planetas Tierra cada año en términos de nuestra huella ecológica. Así que tenemos que pensar en garantizar que nuestros sistemas alimentarios funcionen estrictamente dentro de los límites planetarios.
Hay muchas maneras de afrontar este reto, desde reducir drásticamente el consumo de carne hasta enfoques más tecnológicos como la fermentación de precisión, recientemente defendida en el excelente libro Regenesis del escritor medioambiental británico George Monbiot. Más allá de las políticas, debemos imaginar que nuestros hijos y nietos seguirán vivos en el año 2100 y qué tipo de decisiones debemos tomar hoy para garantizarles un sistema alimentario regenerativo.
– ¿Qué pasa con las personas más vulnerables?
Creo que la humanidad, sobre todo los que vivimos en los países ricos del Norte Global, hemos colonizado el futuro. Tratamos el futuro como un lejano puesto colonial, desprovisto de gente, donde podemos verter libremente la degradación ecológica y el riesgo tecnológico. La tragedia es que las generaciones futuras no están aquí para hacer algo contra esta colonización, por lo que nos corresponde a nosotros darles voz. Está claro que las consecuencias de esta colonización recaen desproporcionadamente en el Sur Global, que se enfrentará a los mayores impactos de una crisis ecológica que en términos históricos es principalmente responsabilidad del Norte Global.
Las pruebas de este proceso desproporcionado ya están aquí, por supuesto, desde las inundaciones en Pakistán hasta la sequía en Kenia. Haríamos bien en inspirarnos en los ideales indígenas, como la idea de los nativos americanos de la «toma de decisiones de séptima generación»: tomar decisiones pensando en las siete generaciones venideras. Este es el tipo de visión a largo plazo que puede ayudarnos a ser buenos antepasados para toda la humanidad, especialmente para las poblaciones más vulnerables.
– ¿Cree que la Estrategia de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS) es producto de una visión a corto plazo?
Creo que la Agenda 2030, y los ODS que la enmarcan, son demasiado limitados y siguen atrapados en una visión del mundo cortoplacista. Esto se debe fundamentalmente a que el ODS 8 sigue dando prioridad al «crecimiento económico» como ambición global. Sin embargo, sabemos que no hay pruebas sistemáticas de que podamos tener un crecimiento económico al tiempo que reducimos nuestras emisiones de carbono y nuestra huella material a una velocidad y escala similares a las necesarias para mantenernos por debajo de 1,5 grados de calentamiento, lo que técnicamente se denomina «desacoplamiento absoluto suficiente». Es una mitología. El «crecimiento sostenible» no existe.
Incluso cuando mis hijos tenían cinco años, sabían que no se podía seguir inflando un globo cada vez más grande sin la perspectiva de que estallara en algún momento. Y, sin embargo, los ODS siguen vendiendo la idea de que nuestras economías pueden seguir creciendo y creciendo. Aunque tenemos que reconocer que los países de renta baja pueden necesitar el crecimiento para satisfacer las necesidades básicas, no hay absolutamente ninguna razón para ello en los países de renta alta. Es esencial que demos prioridad a los modelos económicos posteriores al crecimiento, tanto en el Norte Global como en el Sur. Espero que lo que venga después de los ODS lo haga.
– ¿Cree que estamos fracasando como sociedad global?
Por supuesto que estamos fracasando como sociedad global. Los cambios que hemos ido haciendo, como la lenta transición hacia energías renovables y una agricultura más sostenible, son meramente incrementales y nada que ver con las transformaciones radicales que claramente necesitamos. Por ejemplo, en 2050 habrá 120 millones de toneladas más de seres humanos en el planeta, pero 400 millones de toneladas más de ganado. Es evidente que tenemos que reducir radicalmente nuestra adicción a la carne, pero apenas lo estamos consiguiendo, en parte debido al enorme poder político de la agricultura corporativa.
Por otro lado, veo destellos de esperanza. Más de 40 ciudades, por ejemplo, han adoptado el modelo de economía del donut que he mencionado antes, desde Ámsterdam a Thimbu en Bután y El Monte en Chile. Están surgiendo lentamente las semillas de una economía regenerativa.
– ¿A qué se refiere cuando dice que necesitamos una rebelión del tiempo?
Llevo más de tres décadas estudiando los procesos de transformación social y una cosa está bastante clara: que es raro que se produzca un cambio transformador rápido sin una acción disruptiva desde abajo. Necesitamos urgentemente movimientos sociales radicales que sacudan nuestros sistemas políticos y económicos para poder poner en marcha los cambios que necesitamos, como una economía y un sistema alimentario regenerativos. Esa es la lección de la historia, desde las revueltas de esclavos del siglo XIX hasta el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta. Por eso yo personalmente apoyo y participo en movimientos de acción directa como Extinction Rebellion.
Considero que este tipo de organizaciones, y todas las que se dedican a tener una visión a largo plazo de la humanidad y el planeta, son «rebeldes del tiempo». Ven más allá del aquí y el ahora. Reconocen que lo que necesitamos es una acción colectiva, no individual. Entienden que el cambio requiere disrupción. No tenemos tiempo para transformaciones graduales. Los puntos de inflexión ecológica ya están peligrosamente cerca y puede que ya se hayan cruzado, desde el colapso de las capas de hielo hasta el deshielo del permafrost. Ahora es el momento de la transformación. Rebeldes del tiempo del mundo, ¡uníos!