Fertilizantes vivientes: bacterias que potencian la agricultura sostenible

Hace más de 10 000 años, nuestros antepasados dejaron atrás la vida nómada para asentarse en un lugar y convertirse en agricultores. Digamos que en algún punto de nuestra evolución elegimos obtener alimento de la propia tierra antes que recorrer grandes distancias. Esta historia ya la conoces: gracias a la agricultura la población creció y se crearon más y más asentamientos hasta que surgieron las primeras ciudades. Y lo más sorprendente es que nunca paró de crecer.
En la actualidad tenemos muchas más bocas para alimentar. De hecho, está previsto que la población mundial alcance los 8.500 millones en 2030, 9.700 millones en 2050 y 11.200 millones en 2100, según datos de la Organización de las Naciones Unidas. Y hoy, una vez más, la clave de nuestra historia está marcada por la agricultura.
¿No le estamos pidiendo al suelo demasiado?
Para solventar la demanda actual y futura de alimentos, la FAO estima en uno de sus últimos informes que para 2050 la agricultura necesitará producir al menos un 50% más de alimentos, forraje para ganado y biocombustibles que en 2012. Pero, ¿cómo haremos para alimentar a miles de millones de personas cuándo hay cada vez menos tierras cultivables y condiciones climáticas más extremas?
A principios del siglo XX, el problema de producir más alimento encontró solución en los fertilizantes inorgánicos artificiales, acompañado del uso intensivo de los recursos naturales y de grandes insumos de pesticidas químicos. Los resultados fueron los esperados: se consiguió aumentar de manera extraordinaria la producción de alimentos en todo el mundo y cumplir el objetivo de salvar vidas, un salto en materia de alimentación que pasó a la historia como la llamada Revolución Verde. No obstante, el salto de los rendimientos agrícolas no fue gratuito y hoy estamos experimentando muy de cerca algunos daños colaterales.
Más allá de la revolución verde: un futuro sostenible
El problema de los fertilizantes inorgánicos es, en primera instancia, su aplicación excesiva. Otro de los inconvenientes es que la planta no siempre consigue absorber el producto químico a tiempo y el agua y el viento remueven los fertilizantes de la superficie. Este es precisamente el punto de partida de una serie de eventos desafortunados, porque los excesos de nitrógeno y fosfatos se infiltran en las aguas subterráneas o son arrastrados a las aguas superficiales.
Las consecuencias son múltiples: personas intoxicadas, desarrollo excesivo de algas en las aguas que ahogan otras formas de vida, deterioro de los suelos, incremento en la emisión de gases de efecto invernadero e incluso una mayor dependencia por parte de los cultivos con respecto a aportes químicos.
Necesitamos un cambio. Y, según la FAO, lo conseguiremos convirtiendo la agricultura y los sistemas alimentarios en modelos más sostenibles, de modo que nos ayuden a reducir la pobreza rural, garantizar la nutrición de toda la población, cuidar el medioambiente y hacer frente al cambio climático. Hablamos de un cambio que puede empezar por revertir la degradación de suelos y, en este sentido, ya hay propuestas innovadoras que pasan por ofrecer alternativas a los fertilizantes convencionales.
Bacterias para enriquecer los suelos degradados
Hace algunos años que comenzaron a estudiarse microorganismos capaces de imitar los beneficios de los fertilizantes químicos y que podrían funcionar como el complemento perfecto para una agricultura más sostenible.
Las bacterias tienen mala fama, pero muchas de ellas son beneficiosas para el ser humano y los ecosistemas. Los estudios indican que el género Rhizobium y otras bacterias serían capaces de devolver a los suelos su resiliencia, aumentando la productividad de los cultivos de forma sostenible. ¿Cómo lo logran? Gracias a la relación simbiótica que establecen con la planta, estas bacterias forman nódulos en sus raíces y las suministran poniendo a disposición los nutrientes del suelo y el nitrógeno que captan de la atmósfera.
Como si eso fuera poco, también son pesticidas vivientes, produciendo hormonas vegetales que actúan como mensajeras químicas (fitohormonas) que regulan el crecimiento de la planta y refuerzan sus defensas ante agresiones externas, como ataques de insectos, hongos y bacterias patógenas.
¿Serán las bacterias capaces de establecer los cimientos para nuevas prácticas? ¿Podrán ayudar a la agricultura a afrontar los desafíos de las próximas décadas? Aún es muy pronto para saberlo. Primero es necesario definir aspectos relacionados con la aplicación a gran escala y estudiar en profundidad sus efectos a largo plazo en el entorno. Seguiremos muy de cerca este tipo de propuestas.