Un reciente informe de la Fundación EAT sostiene que cambiar los patrones alimentarios de una buena parte de los países del G20 es fundamental para proteger la salud de las personas y del planeta. Se asegura que los alimentos que elegimos comer, la forma en la que se producen y las cantidades que se pierden o se desperdician, van a determinar si cumplimos o no con el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Según este informe dirigido por Brent Loken, la mayoría de los patrones de consumo de alimentos en los países del G20 no están alineados con los de una dieta flexible y saludable y sus pautas dietéticas nacionales no son lo suficientemente ambiciosas. El estudio valora positivamente los patrones de consumo de China, India, Indonesia y Corea del Sur, pero aboga por modificar los patrones de otros países de Grupo, que deberían incrementar el consumo de verduras, granos y nueces y disminuir la ingesta de carne y lácteos.
El informe se ha centrado en los países del G20 porque según sus impulsores “este grupo juega un papel descomunal en las emisiones mundiales relacionadas con los alimentos. Del presupuesto actual de carbono para alimentos, el G20 está utilizando aproximadamente el 75%. Si realmente creemos que cada persona en el planeta tiene derecho a una alimentación saludable y suficiente, entonces el G20 debe intensificar y liderar el camino al reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con los alimentos”.
Este análisis patrocinado por EAT Foundation sostiene que las pautas dietéticas nacionales son algo más que simples pautas puesto que determinan la adquisión pública de alimentos, guían iniciativas de salud pública y programas educativos y son un componente clave de la política de salud pública. Sin embargo, su efectividad se verá reducida si los alimentos que se recomienda comer no son asequibles. Por eso el informe mantiene que la asequibilidad debe ser elevada como una prioridad más junto con la sostenibilidad de la salud y el medio ambiente y las directrices dietéticas nacionales tendrían que ser coherentes con las prioridades de la alimentación y la agricultura.
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