Repensar el alimento, repensar las ciudades

Pisas un supermercado y te pierdes en sus largas estanterías. Cientos de productos de todo el mundo están al alcance de tu mano. Tan cerca de ti, todos los días. Esta disponibilidad es tal que cualquiera puede suponer que acceder a esos alimentos es algo natural. Sin embargo, esa disponibilidad constante significa justamente lo contrario: porque cuando pensamos en que para abastecer a cualquier ciudad del mundo, se debe producir, importar, vender, cocinar, comer y desechar unos treinta millones de comidas diarias, la cosa cambia.
¿Sabes a ciencia cierta de dónde viene el alimento que ves en las estanterías? ¿Te has planteado alguna vez las consecuencias de esa disponibilidad permanente? Es posible que no hayas tenido en cuenta estas cuestiones y este es el motivo: las ciudades se separaron de la naturaleza hace cientos de años y, naturalmente, tú también.
La comida: el núcleo social de la ciudad
Hoy nos cuesta imaginar una ciudad en cuyos espacios públicos deambulen los animales. Pero en la ciudad preindustrial esa imagen era habitual, hasta tal punto que comprar el alimento sin saber de dónde provenía hubiera sido prácticamente imposible. Desconocer los procesos, también. Antes de la revolución industrial las costillas de cordero que se metían en el horno habían estado deambulando no muy lejos de esa lumbre el día anterior. Así de claro lo cuenta Carolyn Steel en esta conferencia.
El problema es que en algún punto de la historia la comida se trasladó desde el ámbito urbano a la periferia, donde el alimento era procesado para llegar a la ciudad, ya fraccionado. Aquí es cuando se quiebra la relación de los urbanitas con su comida. Y el ferrocarril tuvo mucho que ver en ese proceso. Y es que, gracias a él, ya no hacía falta llevar los animales a pie al centro de la ciudad y para el consumidor la relación entre el alimento y la naturaleza comenzó a desdibujarse hasta que la compra se convirtió en un acto anónimo donde ya no sabemos de qué punto del globo viene lo que comemos ni cómo se produce, ni si el productor cobró lo suficiente por su trabajo.
Lo que comen los habitantes de las ciudades importa (y mucho)
Sin la comida en las calles y en los espacios públicos de la ciudad, las ciudades se despojaron de sus límites geográficos. Pasaron de ser un puntito diminuto perdido en el mapa, ceñidos por el espacio rural, a un descontrol urbano que crecía sin límites, convirtiéndose en un sitio difícil de alimentar. Si seguimos por este camino, ¿qué haremos cuando en 2050 un tercio de la población mundial viva en las ciudades?
Para Florence Egal, experta en Seguridad alimentaria y Nutrición, la clave está en que los urbanitas del futuro empiecen a tener una idea de dónde viene lo que están comiendo, quién lo produce y cómo es esa producción. Y luego ser conscientes de que el acto de consumir es un acto político.
Hoy estamos viviendo las consecuencias de una relación en la que no nos sentimos cómplices con la naturaleza. Fruto de este debilitamiento una parte importante de la población sufre las consecuencias de la inseguridad alimentaria, la falta de resiliencia de nuestros sistemas alimentarios y el daño ambiental irreparable que provocamos en nuestro planeta. Baste un dato: 19 millones de hectáreas de bosque se pierden cada año para disponer de tierras para cultivar cereales. Un tercio de ellos, serán utilizados para alimentar al ganado y producir carne. Las cifras son terribles. Pero lo peor es que, además de producir alimento a un precio muy alto para el planeta y para nuestro bolsillo, ni siquiera lo valoramos. De hecho, según datos de la FAO, un tercio de todo el alimento que producimos a escala mundial acaba en el contenedor (ya te lo contamos en este artículo).
El camino está trazado: tenemos la obligación moral de poner al alimento en el lugar que merece. Convertir a las ciudades en ambientes donde haya mercados de comida de cultivo local y conseguir que la comida vuelva a formar parte de la vida social de la ciudad. En palabras de Carolyn Steel, se trata de dejar de ver a las ciudades como metrópolis improductivas y verlas, en cambio, como una parte fundamental de un ciclo productivo orgánico de la naturaleza. La ciudad necesita formar parte de ella y construir una relación simbiótica.
¿Una huerta suculenta con vistas a la Torre Eiffel? ¿Por qué no?
Ya hay iniciativas valiosas que están devolviendo a la naturaleza el lugar que le quitamos. Por ejemplo, en pleno centro de París se está gestando una huerta del tamaño de dos campos de fútbol, ¡con vistas a la Torre Eiffel! Y se espera que para el 2022 la huerta albergue de manera ecológica a más de treinta variedades vegetales en la azotea con mayor superficie de París, produciendo al mismo tiempo un impacto favorable en la biodiversidad urbana.
Pero también muchas otras urbes están siendo testigos del resurgimiento de la agricultura urbana. Una de ellas es Tokio con la Urban Farm, un huerto urbano en medio de un edificio de oficinas ubicado en el corazón financiero de la ciudad. En su interior el 20% de sus instalaciones acogen una amplia variedad de cultivos hidropónicos, que van desde arrozales hasta plantaciones de lechugas. “Queríamos que la naturaleza y los trabajadores cohabitaran en una simbiosis perfecta en un entorno diseñado sobre tres conceptos: la agricultura, un espacio de trabajo saludable y una oficina ecológica”, señala su directivo, Motonobu Sato, en este artículo.
Y la lista continúa, como el Brooklyn Grange en Nueva York que cultiva sobre el tejado de edificios industriales del Northern Boulevard. O los techos verdes de Copenhague, donde desde 2010 se exige legalmente a los propietarios de edificios de nueva construcción para que instalen en sus azoteas algún tipo de cubierta verde, desde huertas, árboles o turba, reduciendo así las emisiones de CO2.
El reencuentro entre naturaleza y urbe: un tándem perfecto
Los huertos escolares y comunitarios que salpican las ciudades también son evidencia de que nuestra relación con la comida está cambiando. “Los niños y toda su familia fortalecen su vínculo con la naturaleza, descubren de dónde viene el alimento, cómo comer más saludable y tienen un primer acercamiento sobre en qué consiste el trabajo en el mundo rural”, señala Florence Egal. Repensar las ciudades y conseguir un equilibrio entre el mundo urbano y el rural depende de cómo utilizamos el territorio y son precisamente los espacios verdes los que hacen la diferencia. Espacios que conciencian a la ciudadanía y contribuyen a mejorar la calidad del aire mientras se cultiva alimento estacional Kilómetro Cero en pleno contacto con la naturaleza.
Este tipo de acercamientos con la naturaleza también nos hacen pensar en nuestro propio consumo. Empezar a preguntarnos qué comemos y de dónde viene. O por qué no deberíamos comer lo que se nos da la gana: “Hay que ser conscientes de que ese aguacate que compro en Roma muy probablemente fue cosechado en condiciones precarias, donde la escasa cantidad de agua de la zona se destina a la cosecha para que yo, desde el otro lado del mundo, pueda comerlo cuando quiera”, agrega Florence Egal.
La comida es parte del problema, pero también es parte de la solución. Una herramienta valiosa que todos tenemos el poder de utilizar para hacer de este un mundo más justo, respetuoso con el medio ambiente y con nuestra salud. Y tú, ¿qué vas a comer hoy?