Simona Seravesi: “Si queremos que la gente esté sana, necesitamos que nuestro planeta también lo esté”

Necesitamos un enfoque unificador que equilibre de manera sostenible la salud de las personas, los animales y los ecosistemas. Así nació la iniciativa “Una Salud”, una labor de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE). Hablamos sobre esta iniciativa y los problemas que enfrenta la nutrición a nivel global con Simona Seravesi, ex consejera de Sanidad en la presidencia italiana del G20 y actual consultora senior del Departamento de Nutrición y Seguridad Alimentaria de la OMS.
—¿A qué nos enfrentamos?
Uno de los principales retos es la malnutrición en todas sus formas, lo que implica varias dimensiones. Es importante tener en cuenta que cuando hablamos de nutrición no solo hablamos de desnutrición, sino también de sobrepeso y obesidad. En nuestro departamento uno de los principales problemas de salud es la obesidad y durante el COVID-19 se ha evidenciado un aumento en las cifras.
Si miramos el mapa del mundo, hay algunas regiones que están particularmente afectadas, como Latinoamérica, partes de Asia, África y Europa. La obesidad es un reto que se encuentra al final del ciclo, porque es la consecuencia de la dieta, el aspecto cultural y las características de la sociedad de cada país. Por ello debemos intervenir desde un enfoque multifactorial.
—¿Cómo frenar la obesidad?
Hay varias intervenciones y políticas que pueden ponerse en marcha para hacer frente a este reto, como la normativa, la educación y la concienciación, la política fiscal, el etiquetado de los alimentos y el Marketing de alimentos (especialmente cuando está dirigido a niños).
Otro aspecto es el compromiso político, la salud es cada vez más política, y en el caso de la obesidad, que depende de las decisiones de los ciudadanos, los compromisos políticos son fundamentales. Tenemos que ir más allá y considerar todos los factores.
—¿Podrías darnos ejemplos de buenas prácticas?
Un caso digno de mención es el de Portugal, que para hacer frente al problema del sobrepeso y la obesidad ha aplicado impuestos sobre las bebidas dulces para niños con grandes resultados. De hecho, hubo una reducción del 21% de la venta de estas bebidas. Esto demuestra que cuando hay un compromiso político, se ven mejoras en términos de estrategias de nutrición.
Otro ejemplo es Chile y la política de etiquetado, que mostró mejoras en la dieta de las personas. Cada país tendrá su manera de aplicar las prácticas que considere necesarias, pero compartir iniciativas es fundamental.
—La repercusión mundial del COVID-19 y la respuesta a esta crisis ponen de relieve la necesidad de una acción coordinada entre los diferentes sectores para proteger la salud y prevenir perturbaciones en los sistemas alimentarios. ¿Cuál es el papel de “Una Salud” en este contexto?
“Una Salud” combina la salud humana, animal y del ecosistema para prevenir, detectar, responder y recuperarse de las enfermedades infecciosas. El impacto del COVID-19 afectó a la arquitectura sanitaria mundial, cuestionando la forma en la que estamos enfocando la salud global.
La pandemia nos presionó a encontrar vacunas, diagnósticos y terapias de manera urgente, pero también demostró que tenemos que pensar en estrategias a largo plazo y considerar que, si queremos que la gente esté sana, necesitamos que nuestro planeta también lo esté. Este enfoque ayuda a afrontar mejor este virus y los venideros, sobre todo si tenemos en cuenta que el 27% de los virus de todo el mundo pueden ser tan peligrosos como el COVID-19.
—En otras palabras, tenemos que considerar la salud global como un elemento que va más allá de la salud, ¿es cierto?
Exactamente. En definitiva, tenemos que dejar atrás el enfoque tradicional y considerar varios factores que están interconectados. Con este enfoque más amplio podemos poner en marcha estrategias para prevenir situaciones como la actual pandemia, interviniendo en varias cuestiones, como en los sistemas alimentarios.
Esto implica aumentar, por ejemplo, la prevención de enfermedades de origen alimentario y la seguridad de los alimentos, así como otros aspectos que mejoran la salud global de los ciudadanos y del planeta. También es fundamental dialogar acerca de la resistencia antimicrobiana y el cambio climático. Al mismo tiempo, “Una Salud” ayuda a promover el diálogo: por ejemplo, es importante que el Ministerio de Agricultura colabore estrechamente con el Ministerio de Sanidad y este último debería tener más en cuenta el aspecto medioambiental.
—No podemos negar el hecho de que la salud humana está vinculada a la salud animal.
Las enfermedades que nacen de los alimentos provienen del consumo de animales que no están controlados. Los técnicos deben ser capaces de abordar inmediatamente las relaciones con los animales. Hay grandes discusiones sobre la contaminación entre la salud humana y la salud animal, ya que vivimos en un mundo muy urbanizado y que se está urbanizando cada vez más. La vida salvaje está cada vez más cerca de la vida urbana.
—Entonces, ¿la globalización es amiga o enemiga de la alimentación?
Por un lado, tiene aspectos positivos, como un mayor acceso a los alimentos (aunque hay que tener en cuenta su calidad). Por otro lado, hay múltiples factores negativos en cuanto a la globalización. Creo que el aumento de la urbanización y el hecho de que la mayoría de las personas se concentre en un solo punto, también significa que la gente está expuesta a comer una mayor cantidad de alimentos poco saludables. A su vez, aumenta el poder de la industria alimentaria y del marketing de los alimentos.
Y la cuestión medioambiental no se queda atrás. Por ejemplo, a través de la contaminación del aire y su impacto en la salud. (Haz clic aquí para ver directrices de la OMS)
—Una alimentación sana y sostenible, ¿podría ser una herramienta para el progreso?
El alimento está relacionado con nuestra identidad y cultura y es un medio para avanzar. Creo firmemente que es una herramienta de cambio y lo podemos ver en los datos. El papel del sector privado es fundamental en este sentido.
Cuando el sector privado y el gobierno están demasiado cerca, es un gran problema. Pero cuando unen esfuerzos, el resultado es magnífico. Por ejemplo, cuando Israel estaba a punto de introducir el etiquetado frontal de alimentos, el gobierno compartió la idea con el sector privado y debatieron juntos qué tipo de sistema de etiquetado era el más adecuado.
Como resultado, la industria alimentaria empezó a acomodar los ingredientes en función de la nueva política antes de que se hiciera efectiva. Este es un buen ejemplo de cómo el sector privado y el público pueden trabajar juntos para mejorar la dieta de las personas.
—¿Y los consumidores?
Como consumidores tenemos un poder enorme, pero ¿somos conscientes de ello? Por un lado, tenemos que diseñar políticas que protejan y den poder a los consumidores. Y, como consumidores, tenemos que asumir la responsabilidad de controlar lo que compramos y comemos y también ser conscientes de que tenemos el poder de presionar al sector privado.
—¿Cómo podemos acompañar la transformación de los sistemas alimentarios?
En primer lugar, tenemos que prestar más atención a lo que compramos, elegir productos km 0 y orgánicos. Estas alternativas no siempre son asequibles, pero yo recomendaría que al menos algunos productos fueran ecológicos, además de disminuir el consumo de carne a una vez a la semana.
Por otro lado, la comida no es algo que simplemente te metes en la boca, la comida viene de un entorno que no siempre es saludable. Tenemos que estar informados e involucrar a las generaciones jóvenes.
En las escuelas ya hay prácticas muy interesantes. Pero además de dar información, es importante ofrecer a los niños alimentos sostenibles y saludables. Tenemos que ser coherentes, y todavía hay mucho que trabajar en este sentido.