Gabriel Ferrero, presidente del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial: “la necesidad de transformar en profundidad los sistemas alimentarios es ya una emergencia”

 

Este ingeniero, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia en excedencia, llegó en 2021 a la presidencia de la institución mundial dedicada a luchar contra el hambre y la malnutrición. Entonces tenía una idea clara: era necesario transformar los sistemas alimentarios. Una tarea compleja que se preveía larga. Ahora, cuando su presidencia está a punto de completarse, lo entrevistamos para comprobar que su propuesta ha pasado a ser tan importante como urgente.

 

Pregunta: Usted se encuentra terminando su presidencia en el Comité: ¿cómo se han vivido en la institución estos dos años con una situación tan compleja?

Respuesta: Se ha vivido con mucha dificultad, con mucha turbulencia. Hablamos de una institución intergubernamental que ha tenido que afrontar, en primer lugar, una crisis alimentaria mundial de un calibre que hacía por lo menos 11 años que no se vivía y que se ha visto exacerbada por la guerra en Ucrania. Y esto último ha complicado enormemente el debate porque ha habido una enorme dificultad incluso para discutir. Ni que decir tiene que ha sido muy complejo llegar a los acuerdos entre países que son necesarios para la solución a una crisis alimentaria.

Y ahora, además, la situación se ha agravado con la guerra en Gaza, con la que se repiten patrones similares. Es cierto que, de momento, el impacto lo tenemos localizado en la población gazatí, que está sufriendo de forma dramática y terrible. Pero somos conscientes de que la situación puede agravar la crisis alimentaria a través de otros canales de transmisión.

En suma, han sido dos años tremendamente complicados. Por la confluencia de una crisis alimentaria con conflictos geopolíticos que casi paralizan las instituciones multilaterales.

P: Cuando asumió la presidencia de este organismo, su propuesta se basaba en promover una transformación de los sistemas alimentarios. Y eso es un movimiento lento. Pero la realidad impone situaciones de emergencia y respuestas rápidas. ¿Es posible trabajar a dos velocidades? ¿Es posible conjugar objetivos a corto y largo plazo?

R.: Realmente, la necesidad de transformar en profundidad los sistemas alimentarios es ya una emergencia. Estaba en nuestra agenda y, lejos de desaparecer, se ha hecho más importante; eso se ha evidenciado con el shock producido por el cambio climático, por la pandemia y por la guerra contra Ucrania y el resto de los conflictos alrededor del mundo. Estos elementos han revelado aún más que los sistemas alimentarios deben acelerar su transformación porque los que tenemos son poco resilientes y, tal y como están configurados, su capacidad de reducir el hambre y la malnutrición está ya llegando a su fin.

Y esta respuesta, la de transformar los sistemas alimentarios, no la plantea solo el Comité de Seguridad Alimentaria, sino todo el sistema de las Naciones Unidas. Su secretario general, en la cumbre sobre sistemas alimentarios que se celebró en 2021, ya antes de la guerra, ponía en el centro del debate la promoción de nuevos modelos.

De modo que resumiría la respuesta diciendo que ya no hay corto y largo plazo. Ya no podemos plantearnos que tenemos mucho tiempo para ir transformando poco a poco los sistemas alimentarios mientras atendemos lo urgente. Esa distinción ya no es válida. Era válida, pero las crisis que estamos viviendo ahora constituyen ya nuestra nueva normalidad. Es decir, el shock del cambio climático y su crecimiento casi exponencial en intensidad y frecuencia más las tensiones internacionales son ya algo habitual, lo cual requiere una transformación rápida y urgente.

P.: ¿Y cómo se aborda una transición de los sistemas alimentarios de manera urgente?

R.: Antes que nada, hay que poner la conversación en su lugar justo y decir que esa transformación es urgente y no podemos separar las acciones en dos fases.

Después, la tarea es mucha, pero hay tres elementos que resaltaría. El primero, del que hemos aprendido mucho en las últimas décadas, consiste en incrementar las medidas de protección social. Medidas no solo referidas a la renta, sino también diseñadas para que faciliten el acceso a una alimentación sana. Ejemplos como Etiopía o Brasil son la evidencia de que, en momentos de shock, contar con sistemas de protección social consolidados y estructurados evita el incremento del hambre y la malnutrición.

El segundo elemento es la necesidad de dar apoyo a los mercados locales, a la agricultura mediana y pequeña. En primer lugar, porque es la que consigue que podamos asegurar una provisión local, territorial y regional de alimentos; pero es que, además, redunda en una mejor nutrición, porque ofrece alimentos de mayor calidad y con menor huella ambiental. Debemos recordar que hay muchos países en el mundo en los que más de la mitad de la producción de alimentos depende de productores que trabajan dos hectáreas de territorio. Y, a escala global, el 70% de la de la producción mundial procede de la agricultura familiar. De modo que, si no apoyamos a estas familias agricultoras o ganaderas y permitimos que sufran sin ayuda las consecuencias del cambio climático o las dificultades por el incremento de precios de los medios de producción, corremos el riesgo de que esa población se vea forzada a dejar el campo. Por lo tanto, hay que ofrecer apoyo a esas familias agricultoras que pueden no tener el músculo financiero para soportar un rendimiento irregular provocado por el cambio climático.

Y la tercera de las respuestas tiene que ser la de transitar a una nueva forma de producción, incorporando enfoques de agroecología, agricultura regenerativa, agricultura orgánica y otros enfoques innovadores que tienen en común la preocupación por un uso más eficiente de los recursos y un menor daño al ambiente. Necesitamos una agricultura climáticamente inteligente, una estrategia vinculada al medio, al manejo de los suelos, al uso del agua, a la recuperación del paisaje y al territorio. Y ese tercer eje es inmediato. Y aquí es donde vemos cada vez más claro que la diferencia entre el corto y el largo plazo se borra, porque los objetivos confluyen y todo es igualmente urgente.

P.: Eso es un programa completo pero, ¿con qué medios contamos para avanzar y que la mitad de la humanidad no muera de hambre?

Veamos. De entrada, es fácil suponer que habría que contar con medios procedentes de los presupuestos nacionales de los países. Medios que provienen de sus recursos fiscales. Lamentablemente, después del ingente esfuerzo que se ha hecho en la pandemia para vacunar, para proteger y para ofrecer protección social a la ciudadanía, nos encontramos con que los recursos fiscales están agotados en muchos lugares. De hecho, hay alrededor de 60 países en el mundo en estrés de deuda. ¿Cómo podríamos solucionar esto? Pues, en un contexto inflacionario y con intereses altos, la situación es difícil, a pesar de lo cual podemos contar con la intervención de las instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que ya tienen habilitadas algunas ventanas de financiación para apoyar a los países más vulnerables y que más dependen de la importación de los productos a precios altos.

Otra vía propuesta es que los países desarrollados que disponen de mayor liquidez puedan ofrecerla, a través del Fondo, a los países con menos disponibilidad. Son mecanismos muy complejos y que requieren del concurso de los ministros de economía del mundo, pero hay que explorarlos. También está ahí ayuda la ayuda al desarrollo, aunque es muy limitada para lo que hace falta. La inversión del sector privado es importantísima también y, en este momento, tenemos fondos internacionales de una cuantía muy numerosa cada vez más interesados en realizar inversiones de impacto, pero esos son los que trabajan a gran escala, los grandes del sector, los fondos de inversión. Y, como hemos comentado antes, lo que nos permitirá cambiar de paradigma será la protección a unas familias agricultoras que tienen que hacer esa transición hacia una agricultura más resiliente.

Y aquí es donde tenemos una interesante bolsa, en el Fondo Verde para el Clima, el mecanismo financiero creado en Glasgow a partir de la COP en 2010 en el que se comprometieron 100.000 millones de dólares para financiar la acción por el clima. Hasta ahora, solo un 3% de estos fondos se ha destinado a los sistemas alimentarios cuando ellos suponen aproximadamente un 35% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y ahí hay un clarísimo desajuste.

Si se recibiera un mayor porcentaje de fondos climáticos hasta llegar a ese 35% y se canalizan bien, estos recursos pueden destinarse a transformar la pequeña y mediana escala alimentaria. Y también la gran escala, por cierto, que también lo está necesitando. Se podría ayudar a las familias agricultoras a través del pago por servicios ambientales y financiar la inversión para acometer acciones muy necesarias en determinados países, desde el nivelado de los suelos hasta la selección de variedades en función del cambio climático, la irrigación por goteo, etc. Y, desde luego, se hace imprescindible mejorar la concepción del ambiente y proveer de un medio de vida digno y con futuro a la juventud rural. Porque, en este momento, hay subsidios que, en el fondo, están yendo tan solo a subvencionar directamente fertilizantes o gasolinas o diésel.

En definitiva, tanto si lo miramos con la perspectiva de los productores, como si observamos con el prisma de la ecología, de la biodiversidad, del clima o del ambiente, deberíamos contar con fondos suficientes. Si contamos con los recursos del clima y revisamos los diversos subsidios, hay fondos más que suficientes para garantizar la seguridad alimentaria mundial. Por eso soy optimista, porque el Banco Mundial está en ello y la FAO insistiendo en que debemos considerar el coste real de la comida que comemos…

P.: Su discurso va muy pegado al territorio y a las familias agricultoras, pero se realiza desde una institución global: ¿cómo se hacen realidad esas propuestas en un pequeño rincón del planeta, aquí en Valencia, por ejemplo?

R.: Pues muchas de las cosas que estoy diciendo ya las podemos ver porque la Unión Europea está haciendo un esfuerzo indudable en reorientar los subsidios de la PAC. Es progresivo, lento y encuentra resistencias alimentadas por relatos carentes de fundamento, pero se avanza. En otros lugares del planeta es mucho más complejo verlo, pero recientemente, en una reunión de la Coalición Mundial para la Agroecología, vimos ejemplos claros en la India, que tiene un gran programa de promoción de la agroecología con unos excelentes resultados. Y eso no es una anécdota. Está claro que la India tiene un estado y un gobierno fuerte, que es un país en ebullición. Pero en estados que no tienen estructuras tan consolidadas, el propio Comité de Seguridad Alimentaria Mundial o la FAO estamos proponiendo nuevos caminos y haciendo avanzar esas propuestas.

En cualquier caso, hay que considerar que el Comité es una institución multilateral: lo que acordamos lo aprueban los gobiernos y todo acaba derivando en una cascada de decisiones que enlazan lo local con lo global. Es decir, que lo que finalmente sucede en Kenia está ocurriendo porque el Gobierno de Kenia ha promovido unos programas que están funcionando muy bien y se puede replicar en Brasil.

Además, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial no está formado solo por países. Contamos con el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la sociedad civil, el sector privado, las fundaciones filantrópicas, los grandes lobbies de la leche, de las semillas… todos están representados en el Comité y participan de los debates y las negociaciones. Hablamos, en definitiva, de un mecanismo que funciona en ambos sentidos: de abajo hacia arriba y de arriba hacia las bases.

P.: Ahora que termina su presidencia es momento de mirar hacia el futuro, ¿hacia dónde se encamina el trabajo del Comité?

R.: El Comité tiene aprobado su programa de trabajo para los próximos 4 años. Las directrices mundiales marcan el empoderamiento de las mujeres como uno de los elementos clave para avanzar en la seguridad alimentaria. También el uso de los datos, la reducción de las desigualdades, la resiliencia de los sistemas alimentarios y, desde luego, la lucha contra el cambio climático y contra la pérdida de biodiversidad desde la perspectiva del derecho humano a la alimentación.

Lo resumiría diciendo que vienen tiempos muy complicados, pero hay una transición ecológica o agroecológica que ya ha comenzado y creo que en pocos años podremos verla realizada. Igual que sucedió con la energía. Ahora estamos viendo que España ha producido ya el cien por cien de la energía necesaria para un día con renovables y eso hace cinco años parecía imposible y hace diez años era ciencia ficción. Pues creo que con los sistemas alimentarios empezamos a entrar en esa dinámica. Estamos retrasados y quizás se tarden 5 o 10 años, pero los cambios ya han empezado y eso es importante. Es cierto que vienen tiempos difíciles porque el cambio climático está golpeando mucho antes de lo que creíamos y, lamentablemente, las guerras están incrementándose y las desigualdades no decrecen. Pero esa transición ya ha comenzado y, aunque podemos tener algunos años más difíciles y dolorosos, yo vislumbro dentro de 20 años un sistema alimentario completamente distinto, sostenible y que nos permita acabar con el hambre.

 

Foto: Fundación ETEA.