Alimentación: porque no es lo mismo valor y precio 

Decía Antonio Machado en Proverbios y Cantares que todo necio confunde valor y precio. Dos palabras cuya relación es prácticamente una paradoja, porque sin aire y sin agua, no sobreviviríamos; sin embargo, su precio es cero o una ridícula suma de dinero.  

Porque no es lo mismo una botella de agua en la estantería del supermercado que una botella de agua en medio del desierto. Del mismo modo que no es igual un plato que compramos congelado, repleto de aditivos, que el plato de cuchara que nos preparaba nuestra familia con los ingredientes de nuestra tierra. Hay un valor subjetivo en esta historia, tan intangible como innegable.  

Poner en valor nuestro alimento 

Alimentarse es comer, pero también es un acto cargado de valores. Significa nutrirse, cuidar de nuestro entorno, compartir la mesa en familia, cocinar juntos, elegir qué alimentos comprar y cómo cocinarlos… La comida es parte de nuestra cultura, de nuestra identidad y de nuestra historia.  

  • Comer es tradición: significa valorar el alimento tal y como lo hacían nuestras abuelas, cuyos platos recordamos con tanto cariño. 
  • Comer es asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos: podemos cambiar el mundo a través de lo que comemos, generar puestos de trabajo, cuidar nuestros paisajes y apoyar causas como la lucha contra el maltrato animal, la precarización laboral y el despilfarro de alimentos.  
  • Comer es nutrición: porque la calidad y variedad de los alimentos que ingresan a nuestro organismo son claves para una buena salud.  
  • Comer es un compromiso social: porque tus decisiones importan y el cambio individual abre paso a un cambio colectivo.  

El peligro de reducir valor a un número 

Cuando compramos alimento, su precio no representa más que un intercambio entre varias partes. Y esto último es fundamental: hay diversos actores implicados. Es decir, el precio atañe a todas las personas implicadas en el proceso de que ese alimento llegue hasta tu despensa. Esto implica al proveedor de los insumos para la producción, a las personas dedicadas a la agricultura, pesca, ganadería y apicultura que dedican sus recursos a producir alimentos. También a los fabricantes, los distribuidores, las personas implicadas en la logística y en los puntos de venta. Todas y cada una de ellas deben cobrar un precio justo por su trabajo, algo que se pone en riesgo cuando se marca un precio bajo. 

De acuerdo con Dionisio Ortiz, catedrático en el Departamento de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Politécnica de València, empieza a haber cierto consenso en el ámbito académico de que los precios de los alimentos no reflejan los costes totales de su producción y no representan lo que a la sociedad le cuesta o está sacrificando para obtenerlos ni sus implicaciones ambientales.  

Y aquí es donde la definición de valor cobra mayor importancia. Cuando compras cualquier alimento, ¿da igual que contribuya a la deforestación o a la explotación laboral? ¿Eres realmente consciente del trabajo que implica que ese producto llegue hasta ti? Esa oferta que muchas veces te parece un regalo, ¿le hace justicia al valor que tiene la comida? 

Abaratar la comida es abaratar la vida misma 

El abaratamiento de la comida tiene una explicación. Durante mucho tiempo, uno de los retos de la humanidad ha sido producir alimentos suficientes para toda la población que habita el planeta. Si bien esto fue funcional y necesario, la contrapartida de esta solución salta a la vista: la comida se convirtió en una suerte de bien barato que aparece como por arte de magia en los supermercados y que en el camino se lleva por delante a los mercados y al pequeño comerciante, una tendencia que se ha intensificado en las últimas décadas. Al mismo tiempo, hemos perdido la conexión con el alimento, el interés por su origen y su valor. 

Según la arquitecta y urbanista inglesa Carolyn Steel, autora del libro “Ciudades Hambrientas” (Capitán Swing), la comida barata es una ilusión y no es más que la evidencia de que a lo largo de la cadena de suministro alguien salió perdiendo.  

Y el planeta también pierde. Tratar la comida como un bien meramente especulativo y mercantil ha sido, probablemente, el mayor desastre ecológico de nuestros días. “Nos está destruyendo y está destruyendo el planeta, y la única forma en la que podemos detenerlo y ser capaces de crear un mundo mejor y con menor huella de carbono es devolviéndole su verdadero valor”, señala la experta en esta entrevista 

El pequeño productor, la luz al final del túnel 

La solución a este problema es devolver el verdadero valor al alimento para crear un círculo virtuoso en el que todos ganamos. De acuerdo con Steel, el cambio puede producirse de forma muy rápida: pagándole más a los agricultores, que son los verdaderos custodios de la tierra y quienes pueden velar por la sostenibilidad durante el proceso de producción. Este cambio permitiría reequilibrar las relaciones entre la ciudad y el campo, dando lugar a ciudades en la que todo el mundo tenga acceso a los alimentos adecuados. 

Además, la experta en urbanismo afirma que los suelos, el agua y la biodiversidad son la clave para la producción de alimento saludable. Y es justamente por eso que tenemos que comenzar a cultivar con urgencia de manera regeneradora: trabajar mano a mano con la naturaleza para crear suelos vivos, ricos ecosistemas locales y un equilibrio entre la producción de alimento y el mundo silvestre. 

Claves para salir de la ficción de la comida barata 

Salir de la trampa de la comida barata es posible. Tú, desde tu lugar de consumidor, puedes contribuir a poner el alimento en valor amando tu comida y desarrollando respeto por todo lo que hay detrás de lo que comemos siguiendo tres recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO):  

1. Consume de manera responsable 

Planificar las comidas y comprar solo lo que necesitas evitará que tires comida a la basura. Además, cada vez que compras puedes contribuir a evitar el desperdicio de alimentos eligiendo frutas y verduras de aspecto “feo” y manteniéndote informado sobre cómo interpretar las fechas de caducidad. 

2. Apoya al pequeño productor comprando en los mercados locales 

No olvides que la historia de la comida comienza con un agricultor. Puedes valorar el trabajo que requiere producir alimentos visitándolos en tu mercado local más cercano. Al aprender de dónde viene nuestra comida, qué alimentos se producen en cada temporada y qué se necesita para producirlos, aumentamos nuestro conocimiento y respeto por lo que comemos. 

3. Adopta una dieta más saludable y sostenible 

Como decía el filósofo Ludwig Feuerbach, “eres lo que comes”. Opta por una dieta variada, de temporada y de proximidad. Así contribuyes a tu salud, apoyas al pequeño productor y reduces el impacto ambiental.  

 Cuando valoramos la comida, todos ganamos. ¿Y si empezamos ya?