Por un urbanismo que mejore nuestra vida y nuestra alimentación

Agro frente a urbe. Alimentación frente a impulso comercial. Tradición frente a innovación. Esta dicotomía tan propia del pensamiento occidental estaba ya presente en la antigüedad. Da igual si miramos al antiguo Egipto, a Grecia o a Roma: el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano ya formaba parte de una visión del mundo que hemos heredado y en la que nos movemos desde hace siglos. Pero ha llegado el momento de romper con este planteamiento.
Y ¿por qué ahora? Porque, durante siglos, el mundo agrario necesitó tanta mano de obra como la actividad económica urbana y, por lo tanto, había una relación de igualdad en ambos ámbitos. Pero, desde mediados del siglo XX, la mecanización fue vaciando el campo, provocando la superpoblación de las ciudades y originando un grave desequilibrio que nos afecta profundamente.
Según datos de Naciones Unidas, las ciudades ocupan el 3% de la superficie del planeta pero albergan a la mayoría de la humanidad. De hecho, las estimaciones dan por supuesto que, en el año 2050, dos tercios de la población mundial viviremos en ellas. Por eso cada vez son más voces las que exigen ciudades más verdes, más sostenibles y que se impliquen directamente en la producción de una alimentación sana y de calidad para sus habitantes. Entre estas voces está la de FAO, que en septiembre de 2020 lanzó su iniciativa Green Cities para mejorar la vida urbana.
Revertir el desequilibrio entre agro y urbe
El pasado verano se organizó en Berlín el Congreso Internacional del Infraestructuras Verdes al que asistieron académicos, científicos, empresarios y administraciones. La reunión demostró que, si la tendencia hacia un urbanismo verde era ya fuerte, la pandemia de Covid-19, la aceleración del cambio climático y las políticas europeas han impulsado esta transformación. Y los expertos han multiplicado sus propuestas.
En el congreso se habló de una nueva arquitectura verde, siguiendo el camino que inició el 2014 en Milán el edificio Bosco Verticale, que convirtió su fachada en un auténtico bosque y creó una nueva manera de entender la jardinería urbana. También se presentaron propuestas urbanas como la de Singapur, que ha protagonizado una transformación verde de gran impacto con apoyo de su ciudadanía. O cambios en la jardinería clásica que en muchas ciudades está dando paso a sistemas autóctonos con bajo mantenimiento.
También se discutió sobre políticas urbanas y sobre infraestructura. Pero lo que más nos interesa es que una y otra vez, las ciudades verdes, las ciudades del futuro contemplan como parte sustancial la agroecología urbana. Copenhague es uno de los grandes ejemplos.
La producción de alimentos en zonas urbanas y periurbanas
Copenhague crece según un modelo ideado después de la Segunda Guerra Mundial que se revisa constantemente y que al que se le han incorporado otros desafíos (aquí tienes más detalles). Uno de los más recientes es el de llegar a ser la primera ciudad del mundo neutra en carbono. ¿La fecha? El año 2025. Para lograrlo, está realizando un camino en el que se combinan la creación de “barrios de cinco minutos”, el acceso al transporte público, los carriles bici o las infraestructuras verdes. Y una enorme cantidad de huertos urbanos. Algunas fuentes los cifran en 60.000. Hay granjas urbanas en los restaurantes, huertos comunitarios con comedores compartidos y hasta cultivos regenerativos de algas que absorben los nutrientes del mar.
La FAO hace ya tiempo que apuesta por incluir la producción de alimentos en la planificación de ciudades sostenibles. Como indica la entidad en este informe del pasado año, “la agricultura urbana y periurbana es una estrategia vital para construir resiliencia en la provisión de alimentos en la ciudades, reduciendo la pobreza e incrementando el empleo, mejorando resultados nutricionales y mitigando la degradación ambiental de espacios urbanos”. Son demasiadas ventajas como para no tener en consideración estos espacios agrarios en las ciudades.
En esa misma publicación se ofrecen ejemplos como Arusha (en Tanzania), que se nutre ya con un 23% de alimentos procedentes de agricultura urbana y periurbana; y Quito (en Ecuador) que sube esa proporción hasta el 26%. Pero ese porcentaje debe seguir creciendo en todo el mundo. Y, lo que es más importante, debe ayudar a recuperar la conexión entre la naturaleza y la urbe, entre la comida que tenemos en nuestros platos y su producción. Porque, como dice la arquitecta y urbanista Carolyn Steel “alimentar a las ciudades requiere un esfuerzo pantagruélico, un esfuerzo que tiene sobre nuestras vidas y sobre el planeta un impacto físico y social mayor que cualquier otra cosa que hacemos”.
Este planteamiento que con tanta contundencia verbaliza Steel nos invita a repensar nuestra relación con la comida… y a reordenar nuestras ciudades. Porque cada día debemos tener más en cuenta que, como recuerda la académica, ¡la comida no aparece en nuestros platos por arte de magia!
La planificación y reordenación de las ciudades debería, por lo tanto tener en cuenta estos tres grandes retos:
Integrar y promover la agricultura urbana y periurbana para contar con fuentes próximas de alimentación
Incorporar cada vez más espacios para la agricultura urbana y periurbana exige un enfoque innovador y eficiente en el uso del suelo, por ejemplo contando con parcelas ajardinadas para la agricultura que pueden alternarse con las cubiertas de edificios (que tendrían un uso combinado para la generación de energía y alimentos), incorporando los bosques o la agricultura vertical y asumiendo también los sistemas hidropónicos de cultivo. Así se consigue que los edificios de la urbe compartan el limitado espacio con la producción de oxígeno y de alimentos.
Y más allá, en su perímetro, las ciudades deberían permitir que florezcan más huertos y granjas que utilicen prácticas sostenibles y puedan ser gestionados en comunidad o por familias agricultoras. De ese modo se podrá mantener un cinturón verde productivo alrededor de las ciudades capaz de brindar trabajo a pequeñas empresas y familias productoras al tiempo que mejora el abastecimiento de alimentos frescos.
Garantizar que toda la ciudadanía pueda acceder a alimentos frescos y saludables.
La experiencia nos indica que, en las ciudades, la población se alimenta con aquellos productos que están disponibles y resultan asequibles. Y los productos que cumplen estas dos características suelen ser, hoy por hoy, alimentos procesados y poco saludables. Por eso su consumo va en aumento, especialmente en los países de renta media-baja, provocando un auténtico problema de salud pública.
Ante esta realidad, la respuesta debe ser una planificación urbana que favorezca el acceso a alimentos frescos. Además de contar con la agricultura dentro de la urbe, es importante diseminar por toda la ciudad áreas específicas para mercados de alimentos locales y facilitar que los agricultores de proximidad vendan en ellos sus productos de forma directa.
Un diseño urbano pensado de este modo también puede (y debe) incluir espacios educativos que promuevan la concienciación sobre la importancia de una alimentación saludable. Los huertos escolares, las aulas abiertas y los eventos centrados en la agricultura local pueden desempeñar un papel esencial.
Planificar ciudades para evitar largos desplazamientos de alimentos.
Con más alimento producido en el interior o en las inmediaciones de la ciudad y con mercados accesibles para toda la población, buena parte del problema quedaría resuelto, a falta de abordar de manera proactiva la logística relacionada con el suministro de alimentos, evitando los desplazamientos largos.
El objetivo no es solo que lleguen alimentos más frescos y saludables a los núcleos urbanos, sino acortar las cadenas de distribución para incrementar la seguridad alimentaria local y la sostenibilidad ambiental.
En busca de la resiliencia alimentaria de las ciudades
Más huertos, más mercados de proximidad, logística de cadena cortas. Revisar estos tres parámetros debe ayudarnos a enfrentar de mejor modo la alimentación urbana del futuro, promoviendo la salud de las personas que habitan en ellas y asegurando que, en caso de crisis (pandemias o desastres naturales) sean resilientes gracias a la producción local y la diversificación de fuentes de alimentos.
Pero, ¿cómo abordar un asunto tan complejo?
La famosa socióloga Saskia Sassen nos anima a crear equipos multidisciplinares para “hacer que todas las superficies de la ciudad trabajen con el medio ambiente, y eso significa aportar los conocimientos de científicos,biólogos y demás expertos”. Y eso es lo que está haciendo la iniciativa de United Nations Innovation Technology Accelerator for Cities (UNITAC), donde urbanistas, científicos de datos, artistas, economistas y expertos en comunicación apoyan a las ciudades. Porque todas ellas, grandes y pequeñas, deben lograr que en un futuro próximo su diseño esté centrado en las personas y ayude a no dejar a nadie atrás.
Para saber más:
